Me gusta reír. Y me río de muchas y variadas formas. Muchas y variadas cosas son también las que me hacen reír.
Pero tengo un recuerdo en particular. Lo tengo grabado como el día que más más más más me reí.
Tendría unos siete años y estábamos de vacaciones en casa de mis tíos Raquel y Jesse. Mis papás y mis tíos platicaban en la estancia y yo jugaba con una tortuga de peluche que tenía mi tía en las escaleras que daban a la estancia.
Mi tío Jesse puso un disco de música griega. Luego vi que se levantó a bailar, mi madre y mi tía también.
Bailaban de una forma…
Y cómo se carcajeaban.
No me animé a subir y meterme en el juego. Era algo demasiado íntimo. Se volvieron unos niños por unos momentos y respeté ese espacio que crearon sólo para ellos.
Pero desde mi perspectiva en las escaleras, yo no podía parar de reír.

Mi tío Jesse murió mientras dormía. Mi tía lo encontró esta mañana.
Tengo muchos recuerdos de esa casa en Arizona y de mis vacaciones con ellos.
No tuvieron hijos. Dedicaban su tiempo a viajar en su camper, a ganar competencias nacionales de tiro (ambos tuvieron títulos y trofeos durante años… eso nos resultaba útil cuando llevábamos a mi tía a la feria y ganaba muchos muñecos para nosotros), a la jardinería, a la fotografía…
Mi cámara fotográfica profesional se la debo a él.
Hace algunos años que no visito Arizona. Así que lo tengo presente en mi memoria todavía fuerte.
No puedo creer que haya muerto.

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