En mi época de bachiller me quejaba de la poca actividad cultural en la ciudad. Y es que realmente no había nada que ver o escuchar. Había tan poco, que yo recibía correo de la Asociación de teatristas para que fuera a las obras.
Después, en mi época universitaria, comenzaron a soplar nuevos aires en la ciudad.
Y ahora, aunque todavía sin una cultura artística base, los chihuahuenses tenemos la opción de elegir entre conciertos, muestras, exposiciones…
Hacía muchos años que no iba a un concierto.
Llegamos un poco tarde y ya no había boletos. Nos dejaron pasar sin pagar un quinto y fue agradable quedarnos parados. La ocasión se prestaba a estar de pie y abrazados: La Orquesta Sinfónica interpretando danzones de Cuba y México.
En cuanto puse un pie en el recinto me di cuenta de cuánto había extrañado la música en muchos años que no me había dado la oportunidad de ir a un concierto. El embrujo de los danzones fue inmediato. Ahora me duele la cara por que no me pude quitar la expresión de felicidad estúpida que tuve en el Paraninfo las dos horas que estuvimos ahí.
Me traje algunos recuerdos:
* Ver a la Shela, ya no como cantante, sino en su faceta de violinista.
* La cara del mono del güiro y cómo se llenaba de sí mismo cada vez que le daba al palito. (Pobre, no cualquier pieza sinfónica puede acompañarse con güiro).
* Las rastas del contrabajista.
* Darme cuenta de que el chico rocker de la universidad estaba tocando el chelo.
* La falda de una de las violinistas, que insistía en trepársele sobre las rodillas.
* El pianista invitándonos a dar de palmas.
* Tres músicos que cantaron un bonus track al son de: Juárez, no debió morir (o algo así).
* Fefé recitándome un poema en el intermedio.
* Las ganas que tengo de ir a Cuba tan sólo a bailar.
Y del café de más tardecito:
* El mesero que le exige a Fefé un cd que no tenemos cada vez que vamos.
* Las quesadillas, siempre poderosas.
* El pleito de los dos machos por pagar la cuenta.
* El meserito con complejo de Woody Allen.
Y lo mejor (porque hay más) es que mi hermanito querido me dijo que cuando yo quisiera él venía a trabajar de niñero en la casa. ¡Eah!
Después, en mi época universitaria, comenzaron a soplar nuevos aires en la ciudad.
Y ahora, aunque todavía sin una cultura artística base, los chihuahuenses tenemos la opción de elegir entre conciertos, muestras, exposiciones…
Hacía muchos años que no iba a un concierto.
Llegamos un poco tarde y ya no había boletos. Nos dejaron pasar sin pagar un quinto y fue agradable quedarnos parados. La ocasión se prestaba a estar de pie y abrazados: La Orquesta Sinfónica interpretando danzones de Cuba y México.
En cuanto puse un pie en el recinto me di cuenta de cuánto había extrañado la música en muchos años que no me había dado la oportunidad de ir a un concierto. El embrujo de los danzones fue inmediato. Ahora me duele la cara por que no me pude quitar la expresión de felicidad estúpida que tuve en el Paraninfo las dos horas que estuvimos ahí.
Me traje algunos recuerdos:
* Ver a la Shela, ya no como cantante, sino en su faceta de violinista.
* La cara del mono del güiro y cómo se llenaba de sí mismo cada vez que le daba al palito. (Pobre, no cualquier pieza sinfónica puede acompañarse con güiro).
* Las rastas del contrabajista.
* Darme cuenta de que el chico rocker de la universidad estaba tocando el chelo.
* La falda de una de las violinistas, que insistía en trepársele sobre las rodillas.
* El pianista invitándonos a dar de palmas.
* Tres músicos que cantaron un bonus track al son de: Juárez, no debió morir (o algo así).
* Fefé recitándome un poema en el intermedio.
* Las ganas que tengo de ir a Cuba tan sólo a bailar.
Y del café de más tardecito:
* El mesero que le exige a Fefé un cd que no tenemos cada vez que vamos.
* Las quesadillas, siempre poderosas.
* El pleito de los dos machos por pagar la cuenta.
* El meserito con complejo de Woody Allen.
Y lo mejor (porque hay más) es que mi hermanito querido me dijo que cuando yo quisiera él venía a trabajar de niñero en la casa. ¡Eah!
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