Juegos de lectura en voz alta
A continuación un texto de Luis María Pescetti. Me llamó la atención que mencionara Filosofía para Niños. Qué suerte haber tomado el curso con Matthew Lipman y Ann Sharp. Yo también tuve suerte. El centro de Filosofía para Niños de Guadalajara y Mónica Velasco son ambos maravillosos. También he practicado dichas técnicas de lectura en voz alta con mis alumnos y han resultado entretenidas e integradoras.
Para leer... leyendo—juegos para leer en serio—
En enero de 1994 fui a tomar un curso sobre Filosofía para Niños a New Jersey. Matthew Lipman, Ann Margaret Sharp y los otros profesores nos hicieron leer de diferentes maneras. Cada uno de estos modos era divertido y estimulante en sí mismo. Hacía que uno estuviera atento a cuándo le tocaba leer, que conociéramos la voz de todos, incluso la de los que hablaban muy poco (a los que hablábamos mucho a veces nos tocaba un renglón pequeñísimo, por esas cosas del azar y de la justicia). Del recuerdo de esas prácticas y de la experiencia de la profesora Gloria Arbonés, también de Filosofía para Niños, comparto con ustedes las siguientes maneras de leer. Una sugerencia antes de empezar: si la cantidad de niños del salón lo permite, si el tamaño mismo del salón lo permite, es mejor hacer estos ejercicios sentados en rueda.
Sólo tres renglones
Para esta manera de leer, y las siguientes, es mejor que cada niño tenga un ejemplar del libro o una copia del texto. Es mejor, pero no quiere decir que solamente así se pueda hacer. Si hay un solo texto, o unos pocos, se lo irán pasando de compañero en compañero. Se trata de que cada niño lea tres renglones y luego siga otro compañero. Tres y sólo tres (o dos y sólo dos, o cuatro y sólo cuatro, lo importante es que sea una cantidad fija de renglones, igual para todos, y que la lectura fluya bien). No importa si esos renglones terminan con una frase por la mitad, o si alguno es muy corto y el que le sigue es muy extenso. Si el azar hizo que me tocara leer unos renglones largos, bien; si fueron cortos, de una sola palabra, bien también; si era la frase más importante del cuento, bien; y si era una frase sin la más mínima importancia, bien también.
Hay algo muy democrático en esta cosa que, a primera vista, parece un poco arbitraria, ya que nadie lee más «porque lea mejor». Dicho de otra manera, si «leer bien» fueran moneditas, no se hace leer más a los que tienen más de esas monedas. Tengan las monedas que tuvieren, a todos se les pide el mismo esfuerzo.
En enero de 1994 fui a tomar un curso sobre Filosofía para Niños a New Jersey. Matthew Lipman, Ann Margaret Sharp y los otros profesores nos hicieron leer de diferentes maneras. Cada uno de estos modos era divertido y estimulante en sí mismo. Hacía que uno estuviera atento a cuándo le tocaba leer, que conociéramos la voz de todos, incluso la de los que hablaban muy poco (a los que hablábamos mucho a veces nos tocaba un renglón pequeñísimo, por esas cosas del azar y de la justicia). Del recuerdo de esas prácticas y de la experiencia de la profesora Gloria Arbonés, también de Filosofía para Niños, comparto con ustedes las siguientes maneras de leer. Una sugerencia antes de empezar: si la cantidad de niños del salón lo permite, si el tamaño mismo del salón lo permite, es mejor hacer estos ejercicios sentados en rueda.
Sólo tres renglones
Para esta manera de leer, y las siguientes, es mejor que cada niño tenga un ejemplar del libro o una copia del texto. Es mejor, pero no quiere decir que solamente así se pueda hacer. Si hay un solo texto, o unos pocos, se lo irán pasando de compañero en compañero. Se trata de que cada niño lea tres renglones y luego siga otro compañero. Tres y sólo tres (o dos y sólo dos, o cuatro y sólo cuatro, lo importante es que sea una cantidad fija de renglones, igual para todos, y que la lectura fluya bien). No importa si esos renglones terminan con una frase por la mitad, o si alguno es muy corto y el que le sigue es muy extenso. Si el azar hizo que me tocara leer unos renglones largos, bien; si fueron cortos, de una sola palabra, bien también; si era la frase más importante del cuento, bien; y si era una frase sin la más mínima importancia, bien también.
Hay algo muy democrático en esta cosa que, a primera vista, parece un poco arbitraria, ya que nadie lee más «porque lea mejor». Dicho de otra manera, si «leer bien» fueran moneditas, no se hace leer más a los que tienen más de esas monedas. Tengan las monedas que tuvieren, a todos se les pide el mismo esfuerzo.
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