Veintes
Desde que compartimos oficinas abiertas he tenido más contacto con un departamento con el cual no tenía mucho trato. Me han caído muy bien las tres chicas que mayormente lo conforman, especialmente la mayor de las tres, P, que aunque es la mayor no llega a los treinta años de edad.
Nuestras muchas ocupaciones diarias sumadas a la diferencia de diez años me habían impedido ponerle más atención o intentar profundizar más en la relación. Somos buenas compañeras, compartimos historias por la mañana que llegamos, que es la hora del café y nos reímos con las anécdotas de unos y otras. Una buena relación laboral, pues. Además de eso yo no veía que nuestras vidas tuvieran mucho en común.
Hoy hicimos un viajecillo juntas porque ambas teníamos que visitar una agencia de una ciudad cercana. En el camino tuvimos tiempo para platicar y resultó que nuestras vidas están llenas de vivencias muy similares en varios aspectos.
De regreso de esa ciudad llegamos a comer al pueblo de donde es mi papá y de donde también son los papás de P. Luego de platicar otro rato nos dimos cuenta que hasta compartimos algunos primos, pues una tía suya está casado con un tío mío.
Más allá de los lazos de parentesco me parecieron curiosas las demás coincidencias.
Qué raro que habiendo tanta gente en este mundo una termine compartiendo un auto con alguien tan similar.
O tal vez no es tan raro. Será que aunque vamos por la vida creyendo ser bien especiales, la realidad es que somos muy ordinarios, con vidas comunes parecidas a otras.
Esto último no me importa mucho.
Me interesa más la caída de veinte de todo. Que el rostro bello y los cabellos rubios de una jovenzuela no me impidan ver qué más hay; que aunque me creo desprejuiciada aun tengo muchas ideas de las cuales deshacerme; que las apariencias no me distraigan y que busque siempre, siempre, siempre, un momento en el día para hablar con alguien a quien no conozco, no nada más por la búsqueda de coincidencias sino mejor aun, por las diferencias.
Nuestras muchas ocupaciones diarias sumadas a la diferencia de diez años me habían impedido ponerle más atención o intentar profundizar más en la relación. Somos buenas compañeras, compartimos historias por la mañana que llegamos, que es la hora del café y nos reímos con las anécdotas de unos y otras. Una buena relación laboral, pues. Además de eso yo no veía que nuestras vidas tuvieran mucho en común.
Hoy hicimos un viajecillo juntas porque ambas teníamos que visitar una agencia de una ciudad cercana. En el camino tuvimos tiempo para platicar y resultó que nuestras vidas están llenas de vivencias muy similares en varios aspectos.
De regreso de esa ciudad llegamos a comer al pueblo de donde es mi papá y de donde también son los papás de P. Luego de platicar otro rato nos dimos cuenta que hasta compartimos algunos primos, pues una tía suya está casado con un tío mío.
Más allá de los lazos de parentesco me parecieron curiosas las demás coincidencias.
Qué raro que habiendo tanta gente en este mundo una termine compartiendo un auto con alguien tan similar.
O tal vez no es tan raro. Será que aunque vamos por la vida creyendo ser bien especiales, la realidad es que somos muy ordinarios, con vidas comunes parecidas a otras.
Esto último no me importa mucho.
Me interesa más la caída de veinte de todo. Que el rostro bello y los cabellos rubios de una jovenzuela no me impidan ver qué más hay; que aunque me creo desprejuiciada aun tengo muchas ideas de las cuales deshacerme; que las apariencias no me distraigan y que busque siempre, siempre, siempre, un momento en el día para hablar con alguien a quien no conozco, no nada más por la búsqueda de coincidencias sino mejor aun, por las diferencias.
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