La última vez que me subí a una bicicleta fue hace quince años y recorrimos los 16 kms. de Creel a Cusárare, entre pinos, arroyos y montañas. Del regreso sólo hicimos 10 kms. en bici. El resto fue en la caja de la camioneta de un amable lugareño que tuvo a bien llevarnos.

Entonces yo tenía una condición física decente.

Y aún después, ya como madre, seguí teniendo buena condición.

Y como maestra, ni se diga.

Pero ahora, en un trabajo más cómodo y con hijos que no necesitan que los ande persiguiendo a medio centro comercial, no puedo decir lo mismo.


Me encantan las bicicletas, aunque debo confesar que me gustan más como objetos estéticos que como medios de transporte. Y es que hay pocas cosas tan bellas como una bicicleta.

Al respecto de su uso como transporte... siempre le he sacado en esta ciudad poblada de lomas y topes. Y están, claro, las excusas.

Que si no puedo llegar sudando al trabajo, que si el tráfico, que si la ciudad está siendo convertida en Carrópolis... eso último es verdad. Me es difícil pensar en más de una ruta que sea amigable para el ciclista de mi casa al trabajo.

Verdad pero al fin de cuentas, excusa, prueba de ello son los más de diez ciclistas que me topo cada día camino al trabajo.

A muchos podrá parecerles una cantidad muy baja, pero si vivieran en esta ciudad donde desde muchos años es barato comprar un auto chueco, pues ya no les parecían tan pocos.

De hecho me parece que puede ser una tendencia que va en aumento. Por desgracia esta tendencia no responde a una convicción ecológica o de salud. Es más bien un asunto económico. Y por cierto, la imagen del ciclista en mi ciudad va ligada a dos tipos de ciclismo: el deportivo y el de por necesidad.

Lo último hace que mucha gente se preocupe por la imagen que dan viajando en bicicleta.

Es verdad.

Triste ¿no?


Hoy William me prestó su bici.

Con su edad y dadas las condiciones del transporte urbano y de las rutas, sí lo ve como una opción viable para ir de un lugar a otro. Y lo hace. Incluso ya no piensa en tener un auto para ir a la prepa o la universidad pues ya tiene en qué moverse.

Y se animó a prestarme su tesoro rodante, después de hacerle unos ajustes al asiento y darme mil recomendaciones.

Fue muy chido.

El aire se sentía rico. El terreno que elegí era llano. No había mucho tráfico. Todo agradable.


Regresé con la llanta trasera ponchada y me recibió la mirada recriminadora de Lula echándome en cara que hubiera cambiado su compañía en nuestras caminatas vespertinas por ese armatoste.

Además vomité.


Es cierto que no olvidas cómo andar en bici, pero tu cuerpo sí que olvida avisarte que debes empezar despacio y no queriendo entrar a una competencia.


Seguiré intentándolo, verán.

Y tal vez un día los invite a hacer un viaje, como mi amigo Facundo, en bicicleta por el país de los topes.


O tal vez sólo vaya al trabajo en ella.

* * * * *



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COLECTIVO INSOLENTE

Comentarios

Brenda dijo…
A mí me encantaría venir al trabajo en bici, pero aquí con coche se te avientan, ahora imagínate en bici,me atropellan!!
Allá en el norte yo creo que no hay cultura del uso de la bicicleta. Como bien dice usté, se asocia con el vehículo de "los agachados". Allá lo que manda es la camionetotota del año.
Sería bueno que hiciesen ciclovías para que, al menos, quienes elijan la bicicleta como medio de transporte en la ciudad, no se la rifen constantemente.
Un abrazo y, como puede comprobar, sigo con interés su blog. Me rio un buen con sus puntadas.
Facundo.
Jajaja! Pues habría que intentarlo, digo yo.

Facun! Gustazo verte por acá!
Jajaja! Pues habría que intentarlo, digo yo.

Facun! Gustazo verte por acá!
Hace poco leí un artículo sobre las ciclovías cuyo título decía "Si las construyen, los ciclistas vendrán..."
Mucha razón.

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