Parece que la técnica ya la tenemos dominada. Nos falta dejar de berrear cada vez que nos caemos, pero ahí la llevamos.

Ahora que veo a Darío en bicicleta, pienso en mi madre cuando yo salía con mis amigos y organizábamos competencias y carreras en una calle llena de baches y automovilistas.

¿Qué pensaba mi madre en esos momentos? ¿Estaría como yo, viendo moros con tranchete? ¿Qué pensaba yo? ¿Sabía cuidarme?

Darío y Alex me corrieron de mi agradable sombra en la cochera. Ya es suficiente con que sean los únicos niños en la calle que usan cascos para que todavía su madre se siente en el jardín a verlos.
Desde la ventana escucho los autos. Y pienso en las peligrosísimas cocheras, los perros que andan sueltos, las piedrecillas en la calle, las banquetas mal construídas y todo me parece una amenaza. A mí las calles me parecían peligrosas en las películas de pandillas. Ahora, mi palmita borracha de sol, se me presenta como un monstruo de hojas afiladas. Y qué decir de todos los objetos en movimiento.

¿Qué hacer?
Lo que hacía mi madre: tomarme un prozac y fumarme un cigarrillo.
Bueno, en realidad mi madre no hacía ninguna de las dos cosas, pero seguramente hacía algo más que la tranquilizaba mientras sus hijos se enfrentaban a los peligros del otro lado de la puerta.

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