Mas vale que no tengas que elegir, entre el olvido y la memoria.

Joaquín Sabina.

Estoy recuperándome de una mala racha de ausencias en el cine. Hemos estado rentando películas (aunque las películas infantiles nos están absorbiendo no sólo el seso, también los ingresos). De vez en cuando encontramos una buena película en el videoclub (¿por qué no vas a Blockbuster? Porque estoy fichada y temo ser retenida por la policía por no entregar “Los miserables” a tiempo hace cinco años).
Antenoche vimos “El eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. Jim Carrey no me había permitido rentar la película anteriormente, pero esta vez le gané y quedó demostrado nuevamente que no hay malos actores sino malos directores. (Just for the records: me gustó Man on the moon).
He visto otras películas que han tratado de alguna manera el tema de la memoria. Sin embargo, no de una manera tan bizarra y a la vez tan humana. Bizarro=humano. Ok. Continuamos.
Pienso en mis recuerdos. Viene a mi cabeza aquella maestra de segundo grado que solía humillarme frente a todos. Lo acepto. Estaba muy chica e inmadura para segundo de primaria, ¿pero con qué derecho me lastimaba? Vienen a mi cabeza también recuerdos de las personas a las que yo lastimé. Tengo memorias recientes, palabras grabadas en mi mente que quisiera mejor desaparecer.
¿Seríamos distintos sin nuestras memorias? ¿Es cierto que por esas malas experiencias somos lo que somos? ¿Y si yo en realidad quisiera ser lo que no soy?
¿Y si soy solamente la memoria de alguien más? Si las memorias no existen, entonces ¿tampoco existo yo, ni lo que soy, ni lo que he sido?
Bleh.
Ya lo he dicho antes.
Nada existe.
Este blog tampoco.
¿Qué siguen haciendo aquí?

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