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Harry comenzó a visitar a un terapeuta hace dos semanas. El primer día fue rudo. La sesión duró una hora y cuando nos pasaron a Fefé y a mí, encontramos al hijo con los ojos rojos y un bote de basura con kleenex al lado. El doctor dijo que todo lo hablado era confidencial y que a menos que algo estuviera poniendo la vida de Harry en riesgo, como el consumo de alcohol, drogas o pensamientos suicidas, no podría decirnos nada.

Al llegar a la casa, Harry se encerró y así siguió un par de días más hasta que en la escuela le dieron la noticia de que las clases serían suspendidas.

Si viven acá en mi rancho, sabrían que esta noticia de la suspensión levantó bastante polémica por las razones que fueron dadas para cerrar el ciclo escolar antes de tiempo. A mí me molestó mucho el caos que se armó por la evaluación pero sobre todo por la simulación a que se prestó todo: las autoridades simulando que el c lima era la causa de la suspensión, los alumnos simulando que harían sus últimos trabajos  bien y los maestros simulando que los evaluarían adecuadamente.

Pero no puedo negar, en medio de mi molestia, que cuando Harry me habló muy entusiasmado para avisarme, me sentí feliz. Tenía muchos meses sin escucharlo así de contento. Y es que la escuela lo traía con bastante estrés. Comúnmente batalla para concentrarse, pero sumado a ello su estado actual, no sólo batallaba para entender, no tenía ganas de hacer nada, no quería ni levantarse en las mañanas.

Aun así cerró el año con buenas calificaciones, en parte, lo sabemos, por lo de la simulación que hablaba, y por otra, porque Harry con todo es un adolescente responsable.

Así que empezó la semana medianamente bien y cuando le tocó ir de nuevo al terapeuta, estaba más receptivo. Al salir me contó todo lo que había hablado en la sesión, me dijo qué era lo que tenía, cómo se sentía y cómo planeaba mejorar. Hablamos durante más de tres horas y aunque sigo muy preocupada por él, me da confianza todo lo que me contó. Me conmovió muchísimo que me diera las gracias por haberlo atendido y se comprometió a seguir asistiendo hasta que estuviera bien.

Pienso en él y en su lucha por encontrar un equilibrio, por no invalidar sus sentimientos, por permitirse sentirse feliz en medio del caos, por no impedirse empatizar con los otros a pesar del dolor, por tratar de que ese dolor no le gane, que el sentimiento de impotencia no lo frustre.

Es tan pequeño.

Pero siempre ha sido así. Siente muy intensamente.

Cuando era pequeño, cada día era el mejor día de su vida, por la razón que fuera… porque llevaba un dulce en la lonchera, porque traía calcetines nuevos.

Pero también tenía días terribles y regresaba llorando a casa, cuando alguien molestaba a sus amigos, lo cual era común considerando que siempre se hizo amigos de aquellos que estaban más solos.

Recuerdo las canciones que escribió, las que me dejó escuchar.

En el momento no pude apreciar el dolor que contenían, porque en el momento no creí capaz a mi hijo de sentirlo tanto.

Como todos los papás del mundo, quiero que mis hijos sean felices.

Él me dice que tendría que vivir en la ignorancia más completa para ser feliz por eso no aspira a serlo, sólo a apreciar los momentos de alegría y disfrutarlos.

Supongo que al respecto, tendrá que encontrar él mismo la fórmula y por mi parte, proveer todo el apoyo que requiera para que esté bien.

Y creo que también tendré que aprender, como él, a atesorar  esos momentos en que no contiene la emoción, ante una canción, una película o una idea.

Tal vez de su terapia yo también pueda aprender.

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