Crónicas felinas

Y cuando llegamos a casa nos recibió la Gandalfa, bien delgada, lo cual no nos pareció algo muy sano en una gata que va a dar a luz. Claro, lo piensas un poco más y dices, si no hay panza, hay gatitos... entonces ¿dónde están?
Puse a William a que siguiera a la gata a ver si iba a su nido, y nomás lo trajo dando vueltas por toda la calle pero uno que nace con el coeficiente intelectual de un coco cayendo del cocotero a una velocidad de... muy rápido... vuelve a pensar y dice: mmm... mmm... ehhhh... mmmmmmmmm..... hasta que sale la vecina, que está muy pendiente de todos los nacimientos, humanos y animales, de la calle y comunica que los gatitos están debajo del carro que no se ha movido en diez días.
Efectivamente.
Tres gatitos: Uno blanco, uno negro y uno pinto.
En un instante mandamos a la chingada todas las refacciones elecrónicas que Fefé ha coleccionado a lo largo de nueve años (porque se puede ofrecer) y acondicionamos una cama estilo arabesca para la nueva madre y sus criaturas.




Extraño espectáculo ese de verlos crecer.
Sobre todo a la urged-needy Gandalfa que ahora ni nos saca la lengua, pues ya tiene a quien dedicar toda su atención.
Y los tres engendros... ¿quién podría creerme que tienen personalidad? El blanco sobrevivió en nuestra ausencia a la mordida de un perro, pero lo dejó marcado. Es un gato cola-less. Pero es obvio por qué sobrevivió. Es inquieto y audaz, si subirte al lomo de tu madre por encima de tus hermanos puede llamarse audacia.
El negro es el enclenque, favorito de mamá. Hace unos días enfermó de conjuntivitis neonatal. Cada noche lo separaba del seno materno y le aplicaba sus medicamentos en mi cuarto, entre zarpazos y maullidos agónicos hasta que se aparecía la mater, que había dejado a los otros enanos a medio mamar, para ir al rescate del infante.
Tres días duró este drama porque anoche que me acerqué al hogar felino, no encontré al gatito. Gandalfa me miraba burlona hasta que me di cuenta que tenía al fruto de su vientre escondido. Y si el fruto de su vientre no hubiera tenido conjuntivitis, estoy segura que me habría visto con burla también.
Y el pinto... oh... el pinto... reflexivo, tranquilo, callado... un pensador.
Esta noche ha estrenado sus ojos para ver el mundo.
Mientras sus hermanos luchaban entre sí por conseguir el mejor lugar para comer, el pinto se trepó a la cabeza de la madre y observó. Observó por varios minutos, que deben equivaler a horas en tiempo gatito. Observó y observó con ojos negros, brillantes, acuáticos casi, hasta que se quedó dormido.

¿Y Hemingway? Hecho una furia de celos. Lo entendí cuando vi a los gatitos. Me sentí traicionada y avergonzada. Ninguno se parecía a Hemingway y yo tanto que lo había calumniado. Y tanto que defendí a la piruja de la Gandalfa.
En eso pensaba cuando me puse a observar al gatito observador.
Él observaba la mesa, y yo sus patas. Luego sus garritas. Y finalmente los dedos en sus garras... Y lo vi... ¡Seis! ¡SEIS! ¡SEIS DEDOS! Mutante como Hemingway. Sus celos son infundados y ya tengo forma de probarlo.

Es al pinto al que voy a conservar.
¿Alguna propuesta para su nombre?

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