Bitácora del Capitán I

Marzo 31.

5:00 hrs.
Dejamos atrás la ciudad.
Me gusta el campo a esta hora. Huele bien.
Ya asomó la muela que tanto dolor de… muela me había dado estos días.
Harry y William ven Eragon en el DVD, aunque Harry se ve más atraído por el paisaje.

7:40 hrs.
Desayunamos en Jiménez.
Bueno, desayuno desayuno, no fue.
Nos detuvimos por un coctel de camarones en un puesto callejero.
La carreta adonde llegamos me recordó un puesto donde nos deteníamos mi madre y yo a comer en Beautyfulville. Probablemente no fueron más de tres veces las que llegamos mi madre y yo a comer ahí, pero en mi memoria este recuerdo se encuentra enunciado bajo un siempre. Y ese siempre me llevó a otro recuerdo con mi mamá.
Yo estaba en el jardín de niños cuando ella estudiaba estilismo. Su escuela quedaba a unas cuadras de la mía, y muy cerca también de la primaria de mis hermanos. Ella salía a las 12:00, me recogía en el jardín, comíamos algo en algún lugar cercano y luego caminábamos hasta la escuela de mis hermanos.
En ese trayecto pasábamos por una tienda de regalos y siempre nos deteníamos a observar el aparador. Ahí estaba expuesto el juguete más maravilloso del mundo: un estuche de doctor. Pero no de ésos de plástico rojo o azul. Eran cromados todos los instrumentos del estuche. Se veían tan reales, sólo que en tamaño infantil.
No debía ser barato, porque yo rogaba que me lo regalaran, prometía conducta intachable y buenas acciones… y nada.
Una vez se nos ocurrió entrar al local. Mi mamá preguntaba el precio del estuche médico mientras yo me entretenía con un ábaco, moviendo de un lado a otro sus cuentas y formando figuras. Mi mamá, la muy astuta, me dijo que me lo podía comprar en ese mismo momento, pero que si lo aceptaba ya no me compraría el estuche. O, podía decidir esperarme por el estuche y comprármelo después. Pero… ¿qué niño sabe esperar? Acepté de inmediato el ábaco, encantada con el placer de la gratificación instantánea, placer que terminó también de manera muy instantánea porque el ábaco perdió su brillo y atractivo a las pocas horas.
Los siguientes días fueron miserables.
Cada vez que pasábamos frente al negocio, no deseaba ni voltear a ver el aparador, pero el brillo del cromo atrajo mi mirada en varias ocasiones hasta que el estuche desapareció de ahí. No podía dejar de pensar en el afortunado niñito o niñita menos sonsos que yo, que no cambiaron su primogenitura por un plato de lentejas.
Me prometí ser más cauta a partir de ese momento, pero la verdad es que sigo siendo tan sonsa como entonces y por cualquier cosa que brille puedo cometer cada pendejada…

8:48 hrs.
Brittingham, Cairo, Finisterre… Y hay quien dice que en Durango no hay nada que ver.

Cuando viajábamos a Chihuahua veía las montañas al lado de la carretera y me parecía que debajo de la tierra y de las rocas, dormía un gigante. Se me pasaban los minutos imaginando a qué parte del cuerpo correspondería cada pendiente o cada elevación (sigo haciendo lo mismo con divertidísimos resultados). Pero entonces, este ejercicio de imaginación podría durar eternidades y llegar hasta el extremo de sentir terror, terror de presentir al gigante despierto y que nuestro Valiant 76 no fuera lo suficientemente rápido para huir.
Hubiera podido dejar de imaginar, si tanto desasosiego me provocaba pero hasta la fecha, no puedo dejar de sentirme fascinada ante la cercanía del miedo.

14:00 hrs.
Zacatecas.
¡Manejé yo!

16:12 hrs.
Aguascalientes.

17:00 hrs.
Kilómetro 1000. La ciudad es bellísima, definitivamente no es el tianguis enorme con gente peleándose por la ropa como yo lo imaginaba.

20:31 hrs.
Con una chingada. No logramos salir de Guadalajara.

21:57 hrs.
Vine a Sayula porque me dijeron que aquí nació un escritor, un tal Juan Rulfo.

23:06 hrs.
Puente La difunta, Puente Ánimas de Tonila, Barranca del muerto…
Ya ni la chingan, con esos nombres, a estas horas, se nos quitaron las ganas de volver a viajar por una carretera libre.

23:30 hrs.
Colima por fin.

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