Noche de son
Los viernes en la noche no suelo salir. Me gusta desvelarme para esperar Fefé que llega a eso de la 1:30 de la madrugada de su trabajo. A medida que uno se va habituando a esa forma de vida, de correr por las mañanas, de llegar derrapando a casa y medio saludar al viejo que sale corriendo al laburo, de medio hacer todas las cosas que la casa y la familia requieren, va adoptando también otro tipo de hábitos. En cierto sentido, a veces me siento como mi abuelita que tiene sus tardes perfectamente planificadas: leer la Biblia, dormir, despertar a tomar un café con mi madre, ver el canal del National Geographic y El chavo del ocho, leer los Selecciones que le envían de Arizona (en inglés y con letra grandota), cenar en familia e irse a dormir. Los viernes también me he hecho a ciertos placeres que inadvertidamente han tomado ya su hora del día. Y es que entre semana esto es imposible. Pero el viernes es mi día de valemadrismo y dejo que las cosas den vuelta en su propio universo mientras yo me meto en el mío. Mis placeres son bastante simples también: dormir un rato, despertar por un café (hoy fui muy audaz y me tomé un chocolate caliente), leer, conectarme a leer y contestar mails y en punto de las 20:30 hrs. encender la televisión y ver un programa del que me he hecho adicta: Acústico por canal 22.
Me he entretenido de lo lindo viendo a Fernando Delgadillo hace unas semanas, me he reído viendo a Jesusa Rodríguez en el especial de Cri-Crí, me he conmovido con Janet Chao y Eugenia León cantando Amanecí en tus brazos y el día de hoy, qué sabrosura; además del Septeto Habanero, el gran, maravilloso, único: Negro Ojeda.
Algo he de tener en las venas que mis padres ocultan. Tal vez un amor secreto de alguna de mis abuelas por algún señor caribeño (es posible, mi mami Queta albergaba exiliados en su casa, en una de ésas, yo qué sé, hasta a algún cubano...) el caso es que esa música, ese son, esos merengues, los boleros, la guaracha, el danzón... válgame... me mueven la sangre y el corazón. Aunque mis pies sigan siendo norteños y no pueda yo bailar como mi corazón lo exige.
Fue una hora de delicias, ver al Negro, con sus 73 años encima, cantando con un fervor y un sabor caliente de mar jarocho.
Toma su guitarra jaranera el señor, lo acompaña su hijo (y director musical) y un arpa. A cantar se ha dicho. Se ve uno en una plaza, aspirando el aire salado y tibio, y fundiéndose en el humo de un café y un tabaco. Me veo en Alvarado y en La Habana, al fin pueblos hermanos y siameses musicales, con corazón y tripas propias.
Se pone de pie el Negro, Tuyumbé te que maneque chuchú mallambé mi ritmo cruje ariles de bongó, la sangre me está llamando...
Y vaya que llama.
Su voz se escucha cascada y cansada, pero con esa dignidad de quien ha hecho de su vida lo que ha querido. Y ha sido de todo, sin separarse nunca de la música. 61 años de carrera, maestro de música, generoso oficio de enseñar la jarana, abriendo espacios en el Chez Negro para Los folcloristas y otros tantos entrañables intérpretes, cantando rumba, huapango, guaguancó...
La noche tuvo un pequeño giro: Fefé tiene otro horario (hurra!) y estuvo conmigo.
Sé que imaginaba lo mismo que yo. Noches de luna en Veracruz. Noches cálidas en La Habana.
Un día...
Me he entretenido de lo lindo viendo a Fernando Delgadillo hace unas semanas, me he reído viendo a Jesusa Rodríguez en el especial de Cri-Crí, me he conmovido con Janet Chao y Eugenia León cantando Amanecí en tus brazos y el día de hoy, qué sabrosura; además del Septeto Habanero, el gran, maravilloso, único: Negro Ojeda.
Algo he de tener en las venas que mis padres ocultan. Tal vez un amor secreto de alguna de mis abuelas por algún señor caribeño (es posible, mi mami Queta albergaba exiliados en su casa, en una de ésas, yo qué sé, hasta a algún cubano...) el caso es que esa música, ese son, esos merengues, los boleros, la guaracha, el danzón... válgame... me mueven la sangre y el corazón. Aunque mis pies sigan siendo norteños y no pueda yo bailar como mi corazón lo exige.
Fue una hora de delicias, ver al Negro, con sus 73 años encima, cantando con un fervor y un sabor caliente de mar jarocho.
Toma su guitarra jaranera el señor, lo acompaña su hijo (y director musical) y un arpa. A cantar se ha dicho. Se ve uno en una plaza, aspirando el aire salado y tibio, y fundiéndose en el humo de un café y un tabaco. Me veo en Alvarado y en La Habana, al fin pueblos hermanos y siameses musicales, con corazón y tripas propias.
Se pone de pie el Negro, Tuyumbé te que maneque chuchú mallambé mi ritmo cruje ariles de bongó, la sangre me está llamando...
Y vaya que llama.
Su voz se escucha cascada y cansada, pero con esa dignidad de quien ha hecho de su vida lo que ha querido. Y ha sido de todo, sin separarse nunca de la música. 61 años de carrera, maestro de música, generoso oficio de enseñar la jarana, abriendo espacios en el Chez Negro para Los folcloristas y otros tantos entrañables intérpretes, cantando rumba, huapango, guaguancó...
La noche tuvo un pequeño giro: Fefé tiene otro horario (hurra!) y estuvo conmigo.
Sé que imaginaba lo mismo que yo. Noches de luna en Veracruz. Noches cálidas en La Habana.
Un día...
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Greetings from Holland ;)