Apuntes de viaje

Historias del tío Juan

Ese Matita, era bárbaro. Le daba mucho por la tomadera, pero pedo o no, se aventaba con los otros músicos del pueblo pa´ las serenatas. También nos invitaban a tocar en los ranchos vecinos. Y cada cosa que le pasaba. Pos es que lo borracho nunca se le quitó.

Una noche estaba Matita bien pedo en su casa. Y pos ya en la madrugada le dio por querer ir a miar. En las casas, que esperanza que hubiera baños, así que todos salíamos a los patios de las casas o donde alcanzara uno a llegar.
Matita se levantó y comenzó a caminar hacia el río a echarse su miada. Había mucha humedad y la bruma se levantaba del río. De repente, Matita echa a correr a su casa, gritando: “¡María, María! ¡Levanta a todos mis hijos María!” . Y María, con su paciencia de siempre: “¿Pos qué tienes José, qué pasa?” “¡Qué levantes a mis hijos, te digo!... ¡Se está quemando el río!!!”

Matita regresaba a un día a su casa, con su violín en la mano. Iba pedísimo y pensando en el camino “Si yo tuviera una camioneta… psss.. qué chingón tener una troquita ahí afuera de la casa…” Matita seguía caminando, perdido en la borrachera y en sus pensamientos. Cuando llegó a su casa, se quedó mirando el suelo. La María, que ya andaba de pie preparando el almuerzo para los mocosos, lo vio fuera de la casa, buscando, buscando, viendo pa´ todos lados. “¿Qué buscas José?”. Y le responde Matita encabronado “¡Mi troca, dónde chingados está mi troca?!!!” “¿Qué troca, José, si ni un pinche burro tienes?” “¡Pos la que dejé aquí afuera, aquí merito!” “Que tú no tienes troca, José” “¿Ah no? Le diste las llaves al Quico, verdad cabrona? Y que le sorraja el violín a la pobre de María. ¿Que si al otro día se acordaba?. Eso quien sabe, aparte de borracho, todo le valía madre.

Matita tenía muchos hijos. Y uno de los pequeños falleció. Matita estaba desconsolado y esa misma tarde pusieron al angelito en una mesa con mantel blanco, con arcos con flores, que era como se acostumbraba velar a los angelitos. También se acostumbraba despedir a los angelitos con música así que varios de los muchachos nos fuimos al velorio a acompañar a Matita y tocar algo pa´l niño. Pero no sabíamos qué tocar. Nos daba pendiente tocar algo que pusiera peor a Matita y a la María, así que nos acercamos con mucha pena a preguntarle a él que si que quería que tocáramos. Matita nos contestó: “Tóquense Mi gallo tuerto”. Nosotros nos quedamos pensando un rato y le volvimos a preguntar. “Que se toquen Mi gallo tuerto, con una chingada!”.. Y pues empezamos a cantar Se murió mi gallo tuerto, el que pisaba a las gallinas…

Tu tío Chilo,¿lo conociste, Likito? También era un caso. Estaba medio mal de la cabeza, por eso a veces nos lo cotorreábamos. Un día, afuera de la casa de un compadre, vimos pasar a una muchacha que iba para la noria con sus cubetas. Pa´ pronto comenzamos “Ándale Chilo, mira qué muchacha tan bonita, vele a tirar los perros, al cabo no tiene novio”. Pos ahí va Chilo y se para junto a la noria y como no se le ocurría otra cosa que decir, le dijo a la muchacha: “¿El agua?” Y ella muy modosita: “Sí, el agua”. La muchacha dio otra vuelta por más agua y el Chilo “¿El agua?” y ella “Sí, el agua”. Tres o cuatro veces más la muchacha dio la vuelta. La siguiente vez vuelve a preguntar Chilo “¿El agua?” y ella, ya medio harta le dice “Sí, el agua y qué?” Y Chilo que se sube las mangas de la camisa y le dice “Pues qué de qué, jija de la chingada, qué de qué?” A chingazos se iba a agarrar el pendejo con la única muchacha que se había dignado a dirigirle la palabra.

Ya todos conocían a Chilo. Iba a los bailes y se ponía a sacar a las muchachas: “¿Bailamos?” “No” “Pos chinga tu madre”… “¿Bailamos?” “No” “Pos chinga tu madre” y así se iba una por una hasta que lo sacaban del baile.
Pero, pos ya lo conocía la gente. Y en los pueblos, siempre es así. Cómo extraño a los compas, no cabe duda que se estaba mejor allá, ¿que no?


De leyes
Hace cuatro o cinco días apareció otra mujer asesinada en Juárez. La noche que llegamos a la ciudad platicamos mucho con el tío Juan. Hablamos de muchas cosas, sobre todo del negociazo que resulta el pase de autos chuecos y la importación de camionetas. Sobre todo, la ilegalidad que reina en esos trámites y nos platicaba cómo de nivel a nivel se hacían las cosas. Yo me escamo fácilmente. Estoy acostumbrada a escuchar y a leer sobre esas tranzas y otras, pero tal vez soy todavía muy inocente. Aborrezco esas frases del tipo de “El que no tranza, no avanza” o la justificación de estos actos porque “son parte de nuestra idiosincrasia”. Todo eso me hizo pensar en que el clima reinante de ilegalidad, sumándole la marginación, la miseria, la misoginia y otros muchos males que nos aquejan, son los causantes de este terrible fenómeno que se está viviendo en las fronteras. Y bueno, es un discurso mil veces escuchado. Lo que me pareció todavía más terrible, es la individualidad de la gente. Aquí y allá. Tal vez por eso el tío Juan sueña con regresar a su pueblo. Tal vez por eso todas las personas que han ido asentándose en Ciudad Juárez, siguen soñando con su terruño, y les ha (nos ha) negado la posibilidad de una adhesión a esa nueva comunidad que continúa formándose día con día.
Nos quedamos por la noche en casa de los tíos. A las tres de la madrugada, llegó una mujer a la casa vecina. De repente, por espacio de media hora comenzaron los gritos. Ella salió, o la sacaron, no lo sé, y comenzó a golpear y patear la puerta. Comenzó a maldecir y a echarle en cara al hombre que ella lo mantenía, que era un vividor, que ella se partía la espalda trabajando y él sin mover un dedo. Duraron media hora los gritos, tal vez más. Yo quería salir, me enfermaba la idea de un niño arrinconado en su cama, escuchando los gritos de sus padres. Los tíos no nos dejaron, era peligroso. Pero nadie hizo nada. Nadie salió a tratar de calmar a la pareja. Nadie llamó a la policía. Y al día siguiente, de todo esto, nadie habló.
¿La gente tiene miedo? ¿Es indiferencia? Y yo sigo sin poder dejar de pensar en la suerte de la mujer, imaginándome cuántas veces se repetiría esta escena antes de las muertes de estas 300 mujeres por quién nadie, excepto sus familias, averigua.
Si nos resulta indiferente a nosotros, ¿qué podemos esperar de las autoridades? Además bien se ve que están demasiado ocupados en mil tranzas como para ocuparse de otra mujer tirada en la calle.

En resumen
Hicimos buen tiempo. Conseguimos lo que estábamos buscando. El clima estuvo agradable. Pero tengo una queja: en el eje vial Juan Gabriel, donde comienzan los lotes de carros, hay un bache. No, no es un bache. No es un hoyo. Es la prolongación de Carlsbad. Y ahí fuimos a dar con el carro. No faltó la gente amable que nos ayudó a sacar el lupito de la caverna. Juro que vi dos murciélagos salir de ahí.


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