2005
Las vísperas de año nuevo no suelo hacer nada especial. Para mí el año inicia a mediados de agosto y termina a principios de julio. Sin embargo, tengo un ritual que practico cada 31 de diciembre: estoy con las personas con las que deseo estar el resto del año. La persona principal por supuesto es Fefé. Se jodió en diciembre de 1997, cuando me lo rapté a un hotel y le confié mi pequeño ritual-superstición. Desde entonces, siempre hemos estado juntos esa fecha.
Este año no será así. Ahorita se encuentra en calidad de coyote en algún punto de la selva lacandona, intentando vender una camioneta o iniciar una revolución.
Eso me obligó a replantearme mis rituales.
Pensé en música, sushi y sotol, sólo para mí.
Pensé en regalarme los choninos rojos.
Pensé en inventar alguna mafufada esotérica.
Pensé en hacerme una limpia.
Pero no me convencía nada.
¿Qué hace la gente en vísperas de año nuevo? Además de ponerse pedas, pedir perdón a la familia por las pendejadas que hizo en el año, atragantarse con las pinches uvas, salir como estúpidos a la calle con una maleta, usar calzones insufribles… Se supone que la gente reflexiona sobre su minúsculo papel en el mundo. Se supone que nos planteamos propósitos nobles y loables para nuestra superación personal.
Yo sólo me he planteado un propósito de año nuevo, y fue hace muchos años: dejar de moquetearme a mi hermanito. Sigo sin cumplirlo. Si no he podido cumplir ése, ¿qué esperanza tienen los otros que nunca me he propuesto, los nobles y profundo propósitos? Por lo cual, esa idea tampoco me funciona como ritual.
Pero pasó algo hoy.
Antes de que me decidiera a escribirle a Mario, antes de saber que ya estaba libre, me puse a leer sus cartas. Estaban al final de una caja de cartón que dice “Frágil” y que me ha acompañado en varias mudanzas. Incluso me la llevé al hotel el año pasado, cuando remodelaron la casa.
Para llegar a las cartas de Mario tuve que pasar por otros sobres y decenas de papeluchos de todos tamaños y colores. “Educación Sentimental” diría la Oruga. Soy rata de archivo. Y de nada me sirvieron las clases del fresa rural que nos impartió la materia de archivonomía en la universidad (¿habrá sido porque sólo asistí a dos de las clases en todo el semestre?). Me dispuse, pues, a hacer algo con la cajita. Decidí organizar todos mis papeles. Chance y hasta dinero salía. Tardé tres horas. Eso sin contar el receso que me tomé para aplicarle la maniobra de Heimlich a Darío que se estaba atragantando con un dulce de mantequilla (¡Malditos dulces Brachs! Ahora lo digo tranquila pero me estaba cagando del miedo).
Prosigo: me encontré con que todos mis papeles datan de 1987 a la fecha. ¿Por qué? Fue el año en que me mudé a Chihuahua. De Sonora traía yo cargando una cajita en el avión, que me quitaron las aeromozas y que no volví a ver. ¿Ya ven por qué traigo la cajita Frágil en mis mudanzas? Tengo cartas de mi amiga la Malena. Fue mi amiga de toda la primaria y hasta la fecha nos seguimos comunicando. Bendito Messenger. Porque ella a escribir no era muy afecta. Tengo recados de mis amigos de la Secundaria. Entre ellos un “Sonríe estúpida” que data de 1989, año en que Rafa y yo nos prestábamos los libros de inglés para que nos dejaran entrar a la clase del Bóiler (¡viejo pederasta!). Si checan su blog se darán cuenta que ha mantenido el mismo estilo a través de los años. Encontré tarjetas de navidad, San Valentín, cumpleaños… Encontré recados entrañables como aquél del Gusano que decía (muy tierno, él): “A veces eres una cucaracha, pero a veces yo me siento como Elisa antes del fin del mundo.” Se presta a interpretaciones. O uno de los más valiosos regalos de cumpleaños que me han dado. Era del Queto y en mi cumpleaños número 18 me dejó de hablar. No me habló en todo el día. Al otro día me dijo: ¿Te das cuenta de la dificultad que entrañó no hablar contigo?. Realmente lo valoré aunque el mero día tuve ganas de mentarle la madre. Leí también una tarjeta de un amigo que falleció hace tiempo, cobardemente asesinado junto con su hermana en su departamento. Y una tarjeta de mi tía Socorro, por mis quince años.
Hallé las tarjetas de Tilín, Luis, Rafa, Marce, Ana, Rocío, Cristina, Wendy… la invitación a la boda de Lalo, los pensamientos existenciales de la Shelle, las cartas que Clau me mandaba desde Estados Unidos.
Había también un sobre lleno de recortes de columnas de Germán Dehesa que un matrimonio me mandó desde Obregón. Encontré unos casetes que John me envió de California y yo creía perdidos, así como un cúmulo de cartas que provenían de Cuba, Noruega, Canadá, Chile, Estados Unidos y Colombia.
Y ¡oh! Las tarjetas que Fefé pegaba a mis regalos. Ya eran bastante obscenas desde entonces. Y todas las servilletitas en las que me escribía pensamientos cuando estábamos en algún café.
Hasta una carta de un ex noviecito me encontré.
Después de volverme loca con tanta lectura y tanto acomodo, decidí que mi ritual de año nuevo estaba hecho.
No me puse a reflexionar sobre este año en particular sino en toda mi vida y cómo en cada etapa he tenido a mucha gente a mi lado, personas que han aportado una cantidad inconmensurable de amor y significado a mi propia existencia.
Hay una canción de la obra de teatro “Rent” que me agrada mucho (Corny!!!) y dice algunas cosas que me gustan:
Five Hundred Twenty-Five Thousand
Six Hundred Minutes
How Do You Measure The Life
Of A Woman Or A Man?
How About Love?
How About Love?
How About Love?
Measure In Love
It's Time Now - To Sing Out
Tho' The Story Never Ends
Let's Celebrate
Remember A Year In The Life Of Friends
No tengo propósitos para este año.
Mi ritual fue realizado de manera inconsciente.
Sólo me queda admitir que lo único que tengo por ofrecer este año que empieza es amor.
No les deseo un feliz año nuevo.
Por favor tengan una feliz y amorosa vida.
“Por los amigos que están aquí y por lo que ya no están”
Y mañana… todavía me queda la música, el sushi y el sotol.
Este año no será así. Ahorita se encuentra en calidad de coyote en algún punto de la selva lacandona, intentando vender una camioneta o iniciar una revolución.
Eso me obligó a replantearme mis rituales.
Pensé en música, sushi y sotol, sólo para mí.
Pensé en regalarme los choninos rojos.
Pensé en inventar alguna mafufada esotérica.
Pensé en hacerme una limpia.
Pero no me convencía nada.
¿Qué hace la gente en vísperas de año nuevo? Además de ponerse pedas, pedir perdón a la familia por las pendejadas que hizo en el año, atragantarse con las pinches uvas, salir como estúpidos a la calle con una maleta, usar calzones insufribles… Se supone que la gente reflexiona sobre su minúsculo papel en el mundo. Se supone que nos planteamos propósitos nobles y loables para nuestra superación personal.
Yo sólo me he planteado un propósito de año nuevo, y fue hace muchos años: dejar de moquetearme a mi hermanito. Sigo sin cumplirlo. Si no he podido cumplir ése, ¿qué esperanza tienen los otros que nunca me he propuesto, los nobles y profundo propósitos? Por lo cual, esa idea tampoco me funciona como ritual.
Pero pasó algo hoy.
Antes de que me decidiera a escribirle a Mario, antes de saber que ya estaba libre, me puse a leer sus cartas. Estaban al final de una caja de cartón que dice “Frágil” y que me ha acompañado en varias mudanzas. Incluso me la llevé al hotel el año pasado, cuando remodelaron la casa.
Para llegar a las cartas de Mario tuve que pasar por otros sobres y decenas de papeluchos de todos tamaños y colores. “Educación Sentimental” diría la Oruga. Soy rata de archivo. Y de nada me sirvieron las clases del fresa rural que nos impartió la materia de archivonomía en la universidad (¿habrá sido porque sólo asistí a dos de las clases en todo el semestre?). Me dispuse, pues, a hacer algo con la cajita. Decidí organizar todos mis papeles. Chance y hasta dinero salía. Tardé tres horas. Eso sin contar el receso que me tomé para aplicarle la maniobra de Heimlich a Darío que se estaba atragantando con un dulce de mantequilla (¡Malditos dulces Brachs! Ahora lo digo tranquila pero me estaba cagando del miedo).
Prosigo: me encontré con que todos mis papeles datan de 1987 a la fecha. ¿Por qué? Fue el año en que me mudé a Chihuahua. De Sonora traía yo cargando una cajita en el avión, que me quitaron las aeromozas y que no volví a ver. ¿Ya ven por qué traigo la cajita Frágil en mis mudanzas? Tengo cartas de mi amiga la Malena. Fue mi amiga de toda la primaria y hasta la fecha nos seguimos comunicando. Bendito Messenger. Porque ella a escribir no era muy afecta. Tengo recados de mis amigos de la Secundaria. Entre ellos un “Sonríe estúpida” que data de 1989, año en que Rafa y yo nos prestábamos los libros de inglés para que nos dejaran entrar a la clase del Bóiler (¡viejo pederasta!). Si checan su blog se darán cuenta que ha mantenido el mismo estilo a través de los años. Encontré tarjetas de navidad, San Valentín, cumpleaños… Encontré recados entrañables como aquél del Gusano que decía (muy tierno, él): “A veces eres una cucaracha, pero a veces yo me siento como Elisa antes del fin del mundo.” Se presta a interpretaciones. O uno de los más valiosos regalos de cumpleaños que me han dado. Era del Queto y en mi cumpleaños número 18 me dejó de hablar. No me habló en todo el día. Al otro día me dijo: ¿Te das cuenta de la dificultad que entrañó no hablar contigo?. Realmente lo valoré aunque el mero día tuve ganas de mentarle la madre. Leí también una tarjeta de un amigo que falleció hace tiempo, cobardemente asesinado junto con su hermana en su departamento. Y una tarjeta de mi tía Socorro, por mis quince años.
Hallé las tarjetas de Tilín, Luis, Rafa, Marce, Ana, Rocío, Cristina, Wendy… la invitación a la boda de Lalo, los pensamientos existenciales de la Shelle, las cartas que Clau me mandaba desde Estados Unidos.
Había también un sobre lleno de recortes de columnas de Germán Dehesa que un matrimonio me mandó desde Obregón. Encontré unos casetes que John me envió de California y yo creía perdidos, así como un cúmulo de cartas que provenían de Cuba, Noruega, Canadá, Chile, Estados Unidos y Colombia.
Y ¡oh! Las tarjetas que Fefé pegaba a mis regalos. Ya eran bastante obscenas desde entonces. Y todas las servilletitas en las que me escribía pensamientos cuando estábamos en algún café.
Hasta una carta de un ex noviecito me encontré.
Después de volverme loca con tanta lectura y tanto acomodo, decidí que mi ritual de año nuevo estaba hecho.
No me puse a reflexionar sobre este año en particular sino en toda mi vida y cómo en cada etapa he tenido a mucha gente a mi lado, personas que han aportado una cantidad inconmensurable de amor y significado a mi propia existencia.
Hay una canción de la obra de teatro “Rent” que me agrada mucho (Corny!!!) y dice algunas cosas que me gustan:
Five Hundred Twenty-Five Thousand
Six Hundred Minutes
How Do You Measure The Life
Of A Woman Or A Man?
How About Love?
How About Love?
How About Love?
Measure In Love
It's Time Now - To Sing Out
Tho' The Story Never Ends
Let's Celebrate
Remember A Year In The Life Of Friends
No tengo propósitos para este año.
Mi ritual fue realizado de manera inconsciente.
Sólo me queda admitir que lo único que tengo por ofrecer este año que empieza es amor.
No les deseo un feliz año nuevo.
Por favor tengan una feliz y amorosa vida.
“Por los amigos que están aquí y por lo que ya no están”
Y mañana… todavía me queda la música, el sushi y el sotol.
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