Cambios

El otoño y el cambio de horario me tienen jodida.
Y no como yo quisiera.
A mí me gustaba este horario, pero eso era cuando aun podía mandar a mis hijos a dormir temprano sin que supieran que eran apenas las siete de la tarde.
Desde que aprendieron a leer el reloj, mi vida no ha sido fácil.
Muchas noches me siento tentada a grabar los sonidos de mi casa, nomas para que empaticen conmigo: guitarra eléctrica y acústica en una habitación, con fondo musical de Los Beatles si andamos contentos o Radiohead, si nos sentimos pesimistas. Mientras, en otra habitación, se escucha un piano, voces de fondo de algún video, música y las carcajadas del inquilino. Todo al mismo tiempo.
Es la hora, además, en que Ringo y Lucky se convierten en Mr. Hyde y espían desde oscuros y lóbregos rincones (detrás del sillón) para saltar súbitamente sobre cualquier cosa, con el consiguiente estruendo de la cosa cualquiera cayendo.
También a esa hora se pasea alegremente por las calles de mi colonia, el zorrillo. O los zorrillos, no sabemos cuántos son. Lulú no es afecta a ellos y apenas le llega el aroma de los paseantes, se vuelve gruñidos y ladridos.
Así pues, en mi hogar pueden ser las once de la noche y todavía hay jolgorio... lo cual no debería sorprenderme, considerando que cuando yo era una adolescente, el momento de convivencia familiar era a las 10:30 de la noche, hora en que nos reuníamos alrededor de la televisión a ver "Tieta". Mis padres nunca fueron especialmente censores.
Pero a mi edad...
Y con esta vida de excesos a cuestas...
Voy a resumir en una imagen el efecto más nocivo que esta temporada trae a mi vida:




No, esta vida no es fácil.

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