¡Bravo, Hernán!

Mañana sale a la venta —sólo de este lado del océano, por el momento— España, Perdiste, un libro que recopila aquellos textos de Orsai en donde, durante tres años, me dediqué a despotricar contra la cultura ibérica, desde los ojos exagerados, nostálgicos y pedantes de un argentino en el exilio. Con este volumen en la calle es posible que deje de escribir aquí esos textos de reivindicación nacional, un poco porque ya creo haber dicho lo que tenía para decir, y otro poco porque quejarse tanto provoca úlcera de estómago.


Y claro, yo de este lado, igual que con la Gorda, tendré que esperar un año para tener el libro entre mis manos.


Ya es la segunda vez que uno de mis blogs se convierte en un libro de papel, con tapas, publicidad y gira promocional, y en este caso —como en Diario de una mujer gorda— también ocurrirá que los textos completos, además de estar a la venta en las góndolas de las librerías desde mañana, permanecerán, de forma gratuita, en Internet. No un poco. No un adelanto. No uno o dos capítulos. No una muestra gratis. Sino en su totalidad.

¡¿?!

Lograr esto no ha sido una tarea sencilla, puesto que la editorial que publica mis libros es una empresa multinacional, y estas compañías (tan grandes, tan serias) no están acostumbradas a vender algo que la gente de a pie puede conseguir también de forma gratuita.

Existe, en el comercio tradicional ya en decadencia, la sospecha de que las obras culturales (los libros, los discos, las películas) deben guardarse bajo siete llaves para poder venderlas después con el valor agregado de la exclusividad. De este modo ocurrían los negocios en el siglo XX, y de este modo, también, quienes no podían adquirir un bien cultural debían aguantarse y no disfrutarlo.

Estoy encantado de que estos métodos escurridizos y mezquinos estén cambiando. Algunas veces lo hacen de manera forzada, y otras tienen que ver con el diálogo entre los autores y las empresas que los patrocinan. En mi caso, este diálogo fue civilizado y humano.

Inicialmente la editorial (por costumbre y tradición) me pidió que quitase los textos online que serían publicados en papel, a efectos de preservar el negocio. El de ellos y el mío. Como es lógico, les dije que tal cosa me resultaba imposible de hacer. No por ética ni por generosidad, ni mucho menos por cabezonería, sino por vergüenza. Yo no podía regalar algo y más tarde, por el solo hecho de participar en un negocio, quitárselo a los agasajados.

—Permítame usted que le arranque de las manos este obsequio que le hice el año anterior, porque ahora es mi deseo poder vendérselo a quince euros.

No, no me parecía lógico.

Estaba dispuesto a resignar mi contrato a causa de este impedimento vergonzoso, pero entonces descubrí algo que (por prejuicio) no pensé que pudiera ocurrir. Los editores no se cerraron en banda al oír mis planteos, no me dieron una patada en el culo por comunista y por hippie. Por el contrario, me escucharon e, incluso, les pareció que el mío era un argumento razonable.

Entonces redactamos, a cuatro manos, una cláusula inédita en mi contrato, que espero siente precedentes para futuros autores. Es un inciso a la cláusula número ocho, que en su versión estándar dice que “EL AUTOR no podrá autorizar, sin permiso de EL EDITOR, la reproducción total o parcial de ningún capítulo de la obra”; en la versión corregida se aclara que esto sigue en pie, “a excepción de los derechos de web, que pertenecen en su totalidad a EL AUTOR”.

De este modo, la empresa editorial acepta, por primera vez, que está dispuesta a comercializar un producto cuyo núcleo (el texto) permanece en un sitio público, de forma gratuita y al alcance de todos los que deseen hacer uso de él.

Por mi lado, yo creo que los libros, los discos y los dvds son, más que bienes culturales exclusivos, objetos hermosos. Yo me descargo de Internet series y libros, películas y música, pero si alguna obra me vuela la cabeza necesito poseerla de un modo físico. Y, lo que es más importante, tengo la necesidad de recomendarla y también de regalarla para un cumpleaños, o de obsequiársela a otro porque sí.

Esperando un avión que me llevara a Monterrey, encontré entre mil curiosidades en la tienda del aeropuerto, Más respeto que soy tu madre. Lo había leído tantas veces en la red, lo había recomendado, lo había copiado y pegado a todos mis contactos vía email. Pero un libro es un libro. Tenía que comprarlo. Y por ningún motivo me pasó por la cabeza pensar que me podía ahorrar algunos pesos navegando en internet.

Lo que no suelen entender las empresas tradicionales (y en decadencia) es que nadie obsequia para un cumpleaños un disco virgen con canciones, ni las hojas impresas en .pdf de una novela, por ejemplo. El obsequio sigue manteniendo su hálito de exclusividad, su toque distintivo de amor y fraternidad, y todos sabemos que los objetos más obsequiados son los discos y los libros. Y que todo el mundo cumple años y tiene amistades, parejas y parientes cercanos.

Desde este espacio en la Red, y justo hoy que el nuevo libro está a punto de salir a la calle, me gustaría recomendar a escritores y narradores que publiquen sus obras, al completo, en sus espacios virtuales, al mismo tiempo o un poco antes de su salida a la venta. Me gustaría aconsejar que conversen sobre el tema con sus empresas editoriales, que intenten educarlas en las nuevas formas de venta y promoción de las obras. Con suerte ellos, los otros, en vez de morder y ladrar, quizás tiendan la patita y muevan la cola.

Para ayudar a esa decisión, para subrayar este consejo, y también porque confío (con ingenuidad y con pasión) en que el mundo está cambiando y en que hay que ayudar a que ese cambio se produzca, les dejo ahora el libro completo que mañana sacará a la venta una multinacional, y que lleva mi nombre en la portada.

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