William está a punto de cumplir ocho años.
Es algo así como la mayoría de edad de la infancia.
Al menos es la edad en que le prometí a los niños enseñarles a cocinar, estar despiertos un poco más tarde y dejarlos ir a las calles aledañas a la casa.
Cuando se tienen ocho años, ya no se es el niño-bebé que se es todavía a los seis, a los siete.
Y cuesta mucho dar paso a la autonomía y a la independencia.
Y a la propia edad. (Cuando tienes un bebé o un niño de cinco años, sigues siendo una madre joven. Tienes un niño de ocho años, enorme e inteligente, y de repente, ya no eres tan joven.)
William es enorme e inteligentísimo. Juega al fútbol como pocos niños, empieza a tocar la guitarra, sabe dónde están todos los países del mundo, las montañas, los océanos; dialoga con su hermano sobre la existencia de las cosas, absorbe todos los libros que llegan a sus manos, es amable, cariñoso y justo.

Así, de repente, ya no tengo miedo de su entrada a esta nueva edad.
Tiene todo para seguir disfrutando de una saludable infancia y darle la bienvenida a la preadolescencia.

P.D. La lista de regalos incluye: un globo terráqueo, atlas, un telescopio y si quieren y no es mucha molesta, juegos del xbox.

Comentarios

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