Autocuidado

Anoche me topé a mi exjefe en el supermercado. Hice todo lo que pude por evitar saludarlo y lo conseguí.

La verdad es que si nos hubiéramos tenido que saludar, y hacer las preguntas obligadas de cómo estás, qué tal el trabajo… yo me habría tenido que morder la lengua para no responder que bien, que me iba muy bien y que era muy satisfactorio trabajar en un lugar con  gente que  está en otro nivel. Y por “otro nivel” lo que en realidad querría decir es “eres un idiota”.

Qué bueno que no lo saludé.

No quiero ese lastre mental.

A veces nos reunimos compañeros y excompañeros de trabajo y me aburre estar escuchando lo mismo cada vez. Me gusta el chisme, claro, pero novedoso. Y estar oyendo lo que ya sé, sobre todo con tonos de amargura, no es chido.

Cada quien tiene que hacer lo que es mejor para su salud.

Yo preferí renunciar allá antes que comprometer mi salud mental.

Y no fue opción quedarme “hasta que me liquidaran” para irme con una lana.

La verdad hay un extraño placer en decir las palabras “renuncio”. Y también en saber que nunca me han despedido.

Quién sabe cuánto vaya a quedarme aquí en esta empresa, si soy lo suficientemente buena para ellos como la empresa está siendo para mí. Pero de que estoy aprendiendo cosas, lo estoy. Y de que he de aprovecharlo todo, así se hará.

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