Felices cumpleaños
¿Qué puede salir mal un día que inicia a las cinco de la mañana y persiguiendo a un perro por toda la colonia?
Con esta perspectiva, dejé a “L” en el hospital, lista para estrenarse como madre y yo tranquila de que todo iba a salir bien.
El perro en cuestión, por cierto, era Lorenzo, el bebé de “L” que ya de bebé no tiene nada, pero está más consentido que uno. Es un enorme labrador color chocolate que tiene la ingrata costumbre de salirse a la calle, abusando de la ingenua confianza de los visitantes. Ya en cierta madrugada etílica nos la había jugado igual y “L” y yo anduvimos persiguiento al cabrón no sé por cuántas cuadras. El perro infame se detenía haciéndonos pensar que nos esperaría y apenas nos acercábamos, jalaba en chinga para otro lado. Lo conseguimos atrapar esa vez y luego lo llevamos caminando en dos patas hasta la casa. No sé para quién fue más humillante, si para el perro o para nosotras. Sospecho la respuesta.
Pues esta mañana pasó lo mismo.
Llegué por “L” para llevarla al hospital a las cinco y media de la mañana y apenas abrí la puerta, salió Lorenzo hecho la cucaracha. Salimos detrás de él, pero esta vez no contamos con la misma suerte que la anterior porque no es lo mismo Los Tres Mosqueteros que nueve meses después, y la pobre de “L” apenas podía con ella y con su panza como para seguir al jodido perro. Lo mejor que se nos ocurrió, porque se nos hacía tarde, fue ir a despertar a nuestro amigo “E”, que vive cerca y tiene llaves de la casa de “L”, al grito de “¡Ábrenos que se me salió el chamaco!” y dejarlo a cargo mientras nosotras nos íbamos al hospital.
Eso hicimos y el hombre nos acompañó hasta dar con Lorenzo, el cual, apenas lo vio, corrió a sus brazos y luego a seguirlo dócilmente hasta casa de “L”. Conmigo había hecho lo mismo minutos antes, con la diferencia de que en lugar de correr a mis brazos y seguirme, sólo corrió, me tumbó y siguió corriendo.
Perro ingrato.
Al menos la parturienta se quedó tranquila sabiendo que su bebé se iba a quedar encerrado en casa hasta que ella regresara del hospital.
Y pues, así las cosas, me quedé tranquila esperando noticias, mismas que llegaron en forma de actualización de FB con una fotografía de la nueva adición al grupo.
Una muy hermosa bebé, muy deseada y esperada, está entre nosotras.
Yo, por otra parte, además de esta celebración debo festejar que hace doce años me convertí en mamá de Harry, cosa que se oye fácil pero en absoluto lo es. Este asunto ha requerido de grandes destrezas físicas, emocionales e intelectuales de las que espero seguir a la altura. Para mayores referencias, consultar las entradas bajo la etiqueta de “Harry” o “Escuela para padres”, cuya recopilación detalla los intentos parentales por domar… ejem… educar a la criatura.
Me cae el veinte que cuando inicié este blog, Harry aun no salía del kinder, y mírenlo ahora… todo un estudiante de secundaria de doce añotes.
Doce años…
Cuando la nena de “L” tenga doce años, Harry tendrá 24 y espero que a esas alturas, ya manteniendo a su madre (em… bueno, lo último no, considerando que quiere ser músico o maestro de inglés, o maestro de música o sensei de karate o arqueólogo o ufólogo).
Doce años…
Y yo… igualita.
Con esta perspectiva, dejé a “L” en el hospital, lista para estrenarse como madre y yo tranquila de que todo iba a salir bien.
El perro en cuestión, por cierto, era Lorenzo, el bebé de “L” que ya de bebé no tiene nada, pero está más consentido que uno. Es un enorme labrador color chocolate que tiene la ingrata costumbre de salirse a la calle, abusando de la ingenua confianza de los visitantes. Ya en cierta madrugada etílica nos la había jugado igual y “L” y yo anduvimos persiguiento al cabrón no sé por cuántas cuadras. El perro infame se detenía haciéndonos pensar que nos esperaría y apenas nos acercábamos, jalaba en chinga para otro lado. Lo conseguimos atrapar esa vez y luego lo llevamos caminando en dos patas hasta la casa. No sé para quién fue más humillante, si para el perro o para nosotras. Sospecho la respuesta.
Pues esta mañana pasó lo mismo.
Llegué por “L” para llevarla al hospital a las cinco y media de la mañana y apenas abrí la puerta, salió Lorenzo hecho la cucaracha. Salimos detrás de él, pero esta vez no contamos con la misma suerte que la anterior porque no es lo mismo Los Tres Mosqueteros que nueve meses después, y la pobre de “L” apenas podía con ella y con su panza como para seguir al jodido perro. Lo mejor que se nos ocurrió, porque se nos hacía tarde, fue ir a despertar a nuestro amigo “E”, que vive cerca y tiene llaves de la casa de “L”, al grito de “¡Ábrenos que se me salió el chamaco!” y dejarlo a cargo mientras nosotras nos íbamos al hospital.
Eso hicimos y el hombre nos acompañó hasta dar con Lorenzo, el cual, apenas lo vio, corrió a sus brazos y luego a seguirlo dócilmente hasta casa de “L”. Conmigo había hecho lo mismo minutos antes, con la diferencia de que en lugar de correr a mis brazos y seguirme, sólo corrió, me tumbó y siguió corriendo.
Perro ingrato.
Al menos la parturienta se quedó tranquila sabiendo que su bebé se iba a quedar encerrado en casa hasta que ella regresara del hospital.
Y pues, así las cosas, me quedé tranquila esperando noticias, mismas que llegaron en forma de actualización de FB con una fotografía de la nueva adición al grupo.
Una muy hermosa bebé, muy deseada y esperada, está entre nosotras.
Yo, por otra parte, además de esta celebración debo festejar que hace doce años me convertí en mamá de Harry, cosa que se oye fácil pero en absoluto lo es. Este asunto ha requerido de grandes destrezas físicas, emocionales e intelectuales de las que espero seguir a la altura. Para mayores referencias, consultar las entradas bajo la etiqueta de “Harry” o “Escuela para padres”, cuya recopilación detalla los intentos parentales por domar… ejem… educar a la criatura.
Me cae el veinte que cuando inicié este blog, Harry aun no salía del kinder, y mírenlo ahora… todo un estudiante de secundaria de doce añotes.
Doce años…
Cuando la nena de “L” tenga doce años, Harry tendrá 24 y espero que a esas alturas, ya manteniendo a su madre (em… bueno, lo último no, considerando que quiere ser músico o maestro de inglés, o maestro de música o sensei de karate o arqueólogo o ufólogo).
Doce años…
Y yo… igualita.
Comentarios
No sé si estás igualita, pero sigues escribiendo igual de chido.
Cuídate, que estés muy bien.
Saludos desde el cadavezmásparecidoaJuárez Puerto de Veracruz.