La primera

Soñé que alguien moría pero no era Paty.
Hoy nos veríamos, hoy ya no estaría incapacitada y podríamos reunirnos.


Ésta es la primera muerte de alguien tan cercano a mí.
Es la primera muerte mía también, supongo.
Antes no había entendido el fin de los funerales y los velorios. Pensaba que a los muertos había que dejarlos solos y tranquilos, a lo mejor en una de ésas hasta se levantaban a vivir de nuevo, como dijo Sabines.
Pero el velorio no es para los muertos, es para los vivos, los que estamos ahí sentados en una capilla, frente al ataúd abierto, midiendo los pasos que nos separan del féretro, como midiendo también qué tan real queremos que se vea la muerte.
Sentados frente al ataún medimos también la presencia y la ausencia. Primero dejamos que el cuerpo invada nuestro espacio, como calculando cuánto de esa vida estaba presente en la nuestra. Luego la vamos soltando, de poquito a poco para que duela menos, imaginando lo que va a quedarnos ahora, cuidando de no confundir la vida, la muerte y los recuerdos.
Los muertos nos hacen un último favor, ahí quietecitos.
Patty tenía las manos sobre su pecho. Nunca me había fijado qué tan blancas y pequeñas eran sus manos.

Me sobrecogen los vivos.
Su madre, que en su dolor de madre sola con su única hija en un ataúd, todavía era capaz de consolar a los demás y decir: "Cuánto te quería, cómo hablaba de ti."
Su tía, que estuvo haciendo todas las llamadas ayer, repitiendo y llorando cada vez que debía decir "Paty se murió."
Ahora tengo yo que repetírmelo una y otra vez, mientras conjugo esa verdad con la imagen de su cuerpo en la caja.

No concuerdan.

Ella me enseñó hace ya muchos años la absoluta realidad de las palabras, frente a lo concreto que nada tiene por decirnos, y por lo mismo, ninguna verdad por revelar. Su cuerpo vacío no me dijo nada. Han sido las palabras por el teléfono las que me siguen tocando cuando me niego a aceptar su muerte.

¿Cómo puede morir alguien así? Debería estar prohibido.
Que dejen de respirar los que ya están muertos de antemano.

Con el entierro o la cremación, terminan por disiparse todas nuestras dudas. No hay más qué afrontar que ese puño de cenizas es lo que queda de la persona, enorme, generosa, invasiva, ruidosa.
Y ya no hay de otra. Ya no está más aquí.
Es irreversible y por lo tanto debe ser superable.
Lo es, más cuando sabes que la primera muerte, es la tuya propia y hay que aprender a admitirlas porque no será la última.
Al final, dijo Liliana, todos somos sólo un montón de tierra.

Comentarios

Anónimo dijo…
Lo lamento.

El primer ser querido que perdí fue mi abuelita. Dios sabe que no puedo recuperarme todavía.

Perder a un amigo debe ser también difícil de aceptar.

Hay un vacío que no se llena, pero ojalá que pronto puedas distraerte para no recordarlo tanto y que no duela.

Abrazos fuertes.
Conejitocisne dijo…
Mis mejores deseos, con todo cariño.
Gracias.
Ya mejor.
webita dijo…
lo mejor ahora es el silencio y un abrazo... yo aun en el proceso.
Un abrazo de regreso,Webita.
ÓL dijo…
Un abrazo.
Unknown dijo…
hace un par de años que llevo asistiendo a funerales, màs veces de las que he asistido a quinceaños.
Aunque en realidad eso no es lo grave, sino el hecho de que no pude asistir a uno, especialmente, de una amiga muy cercana para mì. Sin embargo, esto me permitiò confirmar lo que tu bien dices; los funerales son para los vivos. A los muertes, se les otorga el inmenso privilegio de la indiferencia.
Hay otra cosa; entre màs cosas sientes que le debes al muerto, màs prologando es el luto, y viceversa.

un abrazo

mausinha
Unknown dijo…
Fe de erratas bajo jurisdicciòn del autor. :p

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