A la 1:30 de la madrugada partimos al aeropuerto de La Habana, después de haber pasado un par de horas en el malecón. Allí nos encontramos con una pareja con la que compartimos taxi recién llegamos a Cuba. Estuvimos conversando bastante porque nuestro vuelo a Monterrey, que debía salir a las 3:30 am, se retrasó algunitas horas. Platicamos, nos contamos anécdotas del viaje, tomamos café, jugamos dominó.
Había muchísima neblina. Pero la espera no fue tan pesada. En realidad a mí lo pesado se me hacía llegar a Monterrey y esperar ahí el siguiente vuelo hasta la 1:30 de mediodía.
Después de recoger el pase de abordar, que por cierto nos dijeron que nos había tocado en primera clase (¡yuju!) fui a pagar los 25 C.U.C que se exigen para salir del país. Junto a la fila estaba un chavo con cara de agonía. Me imaginé que no traía dinero y él me lo confirmó. No se acordaba de ese pago y no traía dinero ni para un café. Le ofrecí 40 dólares y me los aceptó muy agradecido y apenado.
En ese momento ni siquiera pensé en la posibilidad de que me pagara el préstamo. De todos modos no lo consideré dinero malgastado.
El día que llegamos a La Habana, el dueño de la casa donde nos hospedamos nos dio una serie de consejos: no debíamos confiar en nadie, había muchas personas que querían estafarnos, o robarnos, personas que se aprovechaban de los turistas, sobre todo de los mexicanos que éramos muy ingenuos.
Ese mismo día conocimos a María y Felipe. El dueño de la casa lo supo y volvió a darnos un sermón, aderezado con las terribles historias de las mujeres que duermen a sus víctimas para robarles.
Fefé y yo decidimos no dejar de confiar en la gente. ¿Qué fueron los pesos de las bebidas de Felipe sino la mejor inversión que hemos hecho en el sector conversacional? Si ofrecer una buena historia, un gran diálogo y una excelente carcajada a cambio de un mojito es una estafa, yo quiero que me sigan estafando.
¿Qué gano con desconfiar? ¿Que José no me regresara los 40 dólares? ¿Vivir con miedo del vecino? ¿Qué pierdo? ¡Aaahh...! La sonrisa de alivio de José, el abrazo cálido de María y su bolsita de café criollo, las monedas de Felipe para William y Harry, los piropos de los cubanos, la ininterrumpida charla de los colombianos, el saludo de los niños en la calle y la historia viva de ese pueblo tan querido al que acabábamos de dejar.

Epílogo: José me habló al otro día de haber llegado a Chihuahua, para volverme a agradecer el préstamo y avisarme que ya me había depositado el dinero en mi cuenta.
El retraso del avión resultó una bendición. Salimos de Cuba a las 9:00 de la mañana, así que pudimos ver el mar desde el cielo, azul azul con sus manchas turquesa. Además no tuvimos que esperar nada en Monterrey, inmediatamente abordamos el siguiente vuelo.
El taxista que nos llevó a nuestra terminal no nos quiso cobrar, pero Fefé le regaló un puro.
El semáforo de la aduana nos tocó en verde. (Sí, trajimos muchos habanos.)
El desayuno en primera clase estuvo delicioso.
Los niños no se esperaban nuestra llegada y se veían radiantes.
Y por la tarde, la primera y tal vez la única nieve de este invierno en la ciudad.


La noche de año nuevo en "La zorra y el cuervo". Los colombianos: Diana y Memo.


De noche por el malecón. El callejón de Hamel.


Chicos jugando dominó. Jorge sonriendo en el malecón.


Cenando en la Bodeguita y un desayuno de primera clase en el avión.


¿Qué le silvo, caballero? Quiero Tu Kola.


Donde se filmó "Fresa y Chololate" y la neblina en el aeropuerto.

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