Este resfriado me tiene postrada consumiendo cacahuates y refresco. Alguien me dijo que eran una cura excelente. No es cierto. Nadie me dijo. Lo estoy inventando porque no se me antoja nada más.
¡Enfermarme así en pleno mayo! Pero cosas más curiosas han sucedido en mayo, como aquella mañana en la biblioteca central, hace ya más de 9 años. Vestía yo unas sandalias, pantalones de mezclilla y una blusa de las que Ana me acusa de haber utilizado para aprobar las materias de Flanders.
Alguien dijo: “Está nevando”. Y todos nos reímos. Cuando salí, unos minutos después rumbo a la parada del camión, seguía nevando.
Llegué a casa más fría que un témpano (mi resfriado no me permite imaginar una mejor comparación), esperando un poco de compasión. Pero mi madre se ocupaba en cargar al perro Virolo y a mi sobrino Luis Mario III, mientras les mostraba el “milagro” por la ventana.
Cosas curiosas han pasado en mayo. Como hoy hace más de 140 años, cuando un ejército de zacapoaxtlas ganó una batalla a los hijos de Mamá Carlota, para completa pena de Alex que creía que los franceses todo lo hacían absolutamente bien.
Sin embargo, ¿enfermarme en mayo? Debí haber agarrado el virus visitando a Humphrey Bloggart en su asueto del primero de mayo. El mar no ha de haber estado del todo cálido. Pero no pude evitar la visita. Tiene el nombre más lindo de toda la blogósfera.
A diferencia suya, no soñé con La Cena. Soñé con libros, sí. Soñé con un encargo: “Préstale el libro tal a Fulanita”. Y yo preguntaba: “¿Lo tengo?” Y la respuesta: “Yo lo vi en tu casa.” Me hacía ponerme a buscar volumen por volumen, título tras título.
Sueño gozoso, triste despertar.
Me hallé con que no tengo tantos libros como en mi sueño. Y recordé los tres años de preparatoria y casi cinco de universidad, en que viví leyendo de prestado. Dos o tres libros por semana, de la escuela o el Cidech a mis manos, y luego a mis ojos. Mejor habría sido comérselos, como la trilliza de Andahazi. Al menos sabría dónde están ahora.
Intenté el remedio de Humphrey, leer La Cena, pero su lectura me llena de desasosiego y me deja más inquieta que a un consumidor de efedrina.
(¿Sabían que además del veto impuesto por Fox a la propuesta de despenalizar la portación de algunas drogas, ahora al SSA no venderá pseudoefedrina sin receta médica? Me joden.)
Suspiro y escucho alejarse la voz de Louis Armstrong… what a wonderful world.

Sólo me resta proseguir mi viaje a la Cartuja, cuyo término no parece querer llegar nunca.
Tal vez cuando la termine, el resfrío también habrá terminado.

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