El sol estaba cerca del horizonte.
Las criaturas de vida más corta de todo Mundodisco eran las cachipollas efímeras, que apenas si duraban veinticuatro horas. Dos de las más viejas zigzagueaban sin rumbo fijo, sobre las aguas de un arroyo de truchas, discutiendo acerca de historia con algunos de los miembros más jóvenes de la nidada vespertina.
- En estos tiempos, el sol ya no es lo que era -dijo una de ellas.
- En eso no te falta razón. En las horas de antes sí que había un solo como debe ser. Era todo amarillo. No como esa cosa roja.
- Y también estaba más alto.
- Es verdad, tienes razón.
- Y las ninfas y las larvas te mostraban un poco de respeto.
- Muy cierto, muy cierto -asintió la otra cachipolla efímera con vehemencia.
- Yo creo que si las cachipollas de estas horas se comportaran mejor, todavía tendríamos un sol como es debido.
Las cachipollas más jóvenes escuchaban con educación.
- Recuerdo -prosiguió una de las moscas viejas -cuando todo lo que abarcaba la vista eran praderas.
Las cachipollas jóvenes miraron a su alrededor.
- Siguen siendo praderas -aventuró una de ellas tras un cortés intervalo.
- Recuerdo cuando eran praderas mejores -replicó bruscamente la vieja.
- Sí -asintió su colega -. Y también había una vaca.
- ¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Me acuerdo de esa vaca! Estuvo justo allí durante... oh, durante cuarenta o cincuenta minutos. La recuerdo bien, era marrón.
- Ya no hay vacas así a estas horas.
- Ya no hay siquiera vacas.
- ¿Qué es una vaca?- preguntó una de las jovencitas.
- ¿Lo ves?- replicó la cachipolla vieja en tono triunfal-. Así son las efemerópteras modernas. -Hizo una pausa-. ¿Qué estábamos haciendo antes de empezar a hablar sobre el sol?
- Zigzaguear sin rumbo fijo sobre las aguas -dijo una de las moscas jóvenes.
Terry Pratchett.
El Segador. 1991.
Cuando era una estudiante pobre (ahora soy una trabajadora pobre) vivía de los libros prestados. Mi dealer principal, el Queto, me prestaba algunas curiosidades que solía encontrar en librerías o ferias del libro en otras ciudades. Gracias a él conocí la serie de Mundodisco y Dragonlance.
Mi madre, compadecida siempre de mi pobreza, solía darme un billetito cuando me veía entrar a casa con mi cara de "Ya pusieron la feria de libros afuera de la uni..." No era una cara de felicidad, no. Era una cara de "Ten piedad de mí."
En uno de esos actos de misericordia, adquirí El color de la magia. Y desde entonces no había vuelto a ver un solo libro de Terry Pratchett ni en librerías ni en los remedos de ferias librescas que nos llegan de vez en vez.
La semana pasada me encontré en la Gonvill El segador y Dioses menores. Volví a ir, nuevamente sin dinero y ya no estaba Dioses menores. "Ya no me vuelve a pasar" me dije. Así que renté a Alex y a Darío un ratito a una pareja que estaban practicando para ser papás. Desgraciadamente con la rente de Alex, tuve que pagar ciertos destrozos de Darío. Ante mi cara de "Ten piedad de mí", Fefé decidió ayudarme, el muy mercenario.
Ya terminé el libro y como cada vez que leo un libro que me gusta, me pongo muy triste en las últimas páginas.
Sobre todo cuando, en este caso, de manera sutil y casi casi desprevenida, lees a la Muerte hablar sobre la vida.
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