Edgarizada

Por cuatro años consecutivos había logrado componer una buena cara de perro bulldog cada vez que veía a mis alumnos acercarse sigilosos hacia mí, en los festejos acuáticos del Día del Estudiante.
Me debo haber ablandado, porque la única forma que conseguí de mantenerlos lejos de mí, fue con promesas de puntos extras en sus exámenes.
Pero me olvidé de aquéllos que no necesitan buenas calificaciones, de mis exalumnos y de dos maestros hijos de la chingada.
Esta mañana tomé una decisión muy importante: ponerme falda. Si los muchachos no respetaban mis canas, al menos que se concientizaran un poco sobre el peligro de la faldita.
Era un riesgo. O significaba un gran éxito que seguiría explotando posteriormente o un fracaso de dimensiones catastróficas.
Fue un fracaso.
Así que fui llevada a rastras hasta la alberca más cercana. Mis cincuenta kilos de peso se encuentran bien distribuidos y disfrazados, por lo que pensaron que sería una labor fácil arrojarme al agua. Lo que no saben es que mi centro de gravedad está situado justo en mi trasero. Sudaron los desgraciados. Y me rasparon las pompas bien bonito porque no podían echarme a la alberca. Y aparte de todo, toda la escuela vio mis calzones verdes.
El agua estuvo sabrosa.
Y en una nota relacionada...

Durante el pasado festejo del Día del Maestro, me fueron desaparecidos mi Populares. Me indigné, pero ni pedo.
El día de hoy volvieron a desaparecer los cigarros (Ya sé quién fue el cabrón) pero llegué preparada, con una segunda cajetilla que guardé cuidadosamente en la bolsa de mi falda. La misma falda con que fui arrojada al agua. Ahora tiene unos horribles manchones amarillos y yo no tengo cigarros.

En otra nota relacionada:
Un saludo a una maestra, nueva adquisición institucional, que se fue a la hora de los guamazos, tomó su camioneta para pasar entre la turba furiosa, se llevó a más de dos entre las llantas y se perdió en la polvareda del camino.

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