He comenzado a desarrollar esa malevolencia característica de las personas virtuosas.
Me di cuenta en una junta de maestros hace dos días. Mi socia de tabaco me hizo unas discretísimas señas para invitarme a fumar y yo pregunté en voz fuerte y estentórea a la coordinadora de la reunión: “Lauris, ¿le diste permiso a Almita de irse a fumar un cigarro?”. Laura no entendió y Alma volvió a hacerme otras discretísimas señas, aunque en esa ocasión para invitarme a irme a la chingada.
Durante el curso de la reunión aporté mis siempre certeros comentarios, que al parecer no fueron ni tan certeros, porque la retroalimentación final dio como resultado que a falta de nicotina yo me estaba volviendo “malvada”.
Quiero dejar en claro que no fue mi gusto dejar el cigarro. Fui obligada. Mi estómago me chantajeó de la manera más vil para que lo hiciera. Además, Fefé (chismosito sin calzones) le contó a mi madre de mi vicio secreto. Algo tuvo que ver la mirada reprobatoria de mi santísima madre. Malditas películas de Marga López y Sara García.
Debo decir que el médico jamás me dijo que el cigarro me pudiera causar algún daño, ni para lo de los pulmones ni para lo de las úlceras. Tuve a bien ocultar ese pequeño detalle, pero fue sólo porque a él nunca se le ocurrió preguntarme si fumaba. Todavía tengo un aspecto sano.
Pero he leído, me he informado y hay cosas que no puedo hacerle a mi cuerpo. Bueno, sí podría, si no fuera tan doloroso.
Vicio… palabra melódica, tan llena de vibrantes sugerencias.
Voy a extrañar el tabaco, más que el vino tinto y que el sotol.
Pero más que todo voy a extrañar esas complicidades conformadas alrededor de nuestras pequeñas debilidades.
¿O acaso las más grandes amistades no surgen en medio de encarnizados encuentros etílicos? ¿Acaso no han marcado los vicios, llámense alcohol, tabaco, sexo, hombres, las historias de nuestras mejores relaciones?
Yo puedo recordar más de dos.
Y seguramente Ranita, la Shelle, Gwen… pueden recordar algunas más.
En medio de mi neurosis inducida por la falta de nicotina, río al recordar escena tras escena. En todas hay humo, alcohol, risas y cachondeo.
Me alejo del vicio. Pero es temporal.
En dos meses, dijo el doctor, mis úlceras habrán sanado.
En dos meses llegaré a mi tercera década.
En dos meses a mi vida será nuevamente invitado el humo, el alcohol, las risas, el cachondeo.
Al menos mientras me aguante el duodeno.
Y mientras… sólo queda intentar no ser virtuosa.
En algún lado leí esta frase atribuida a Elizabeth Taylor:
El problema con la gente que no tiene vicios es que, por lo general, podemos estar seguros de que tendrán virtudes un tanto molestas.
Líbreme Dios.
* * * * *
Alonso Ruvalcaba, colaborador de La Jornada con su columna Antrobiótica (chidísima) tiene su blog aquí.
Me di cuenta en una junta de maestros hace dos días. Mi socia de tabaco me hizo unas discretísimas señas para invitarme a fumar y yo pregunté en voz fuerte y estentórea a la coordinadora de la reunión: “Lauris, ¿le diste permiso a Almita de irse a fumar un cigarro?”. Laura no entendió y Alma volvió a hacerme otras discretísimas señas, aunque en esa ocasión para invitarme a irme a la chingada.
Durante el curso de la reunión aporté mis siempre certeros comentarios, que al parecer no fueron ni tan certeros, porque la retroalimentación final dio como resultado que a falta de nicotina yo me estaba volviendo “malvada”.
Quiero dejar en claro que no fue mi gusto dejar el cigarro. Fui obligada. Mi estómago me chantajeó de la manera más vil para que lo hiciera. Además, Fefé (chismosito sin calzones) le contó a mi madre de mi vicio secreto. Algo tuvo que ver la mirada reprobatoria de mi santísima madre. Malditas películas de Marga López y Sara García.
Debo decir que el médico jamás me dijo que el cigarro me pudiera causar algún daño, ni para lo de los pulmones ni para lo de las úlceras. Tuve a bien ocultar ese pequeño detalle, pero fue sólo porque a él nunca se le ocurrió preguntarme si fumaba. Todavía tengo un aspecto sano.
Pero he leído, me he informado y hay cosas que no puedo hacerle a mi cuerpo. Bueno, sí podría, si no fuera tan doloroso.
Vicio… palabra melódica, tan llena de vibrantes sugerencias.
Voy a extrañar el tabaco, más que el vino tinto y que el sotol.
Pero más que todo voy a extrañar esas complicidades conformadas alrededor de nuestras pequeñas debilidades.
¿O acaso las más grandes amistades no surgen en medio de encarnizados encuentros etílicos? ¿Acaso no han marcado los vicios, llámense alcohol, tabaco, sexo, hombres, las historias de nuestras mejores relaciones?
Yo puedo recordar más de dos.
Y seguramente Ranita, la Shelle, Gwen… pueden recordar algunas más.
En medio de mi neurosis inducida por la falta de nicotina, río al recordar escena tras escena. En todas hay humo, alcohol, risas y cachondeo.
Me alejo del vicio. Pero es temporal.
En dos meses, dijo el doctor, mis úlceras habrán sanado.
En dos meses llegaré a mi tercera década.
En dos meses a mi vida será nuevamente invitado el humo, el alcohol, las risas, el cachondeo.
Al menos mientras me aguante el duodeno.
Y mientras… sólo queda intentar no ser virtuosa.
En algún lado leí esta frase atribuida a Elizabeth Taylor:
El problema con la gente que no tiene vicios es que, por lo general, podemos estar seguros de que tendrán virtudes un tanto molestas.
Líbreme Dios.
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Alonso Ruvalcaba, colaborador de La Jornada con su columna Antrobiótica (chidísima) tiene su blog aquí.
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COLAPSO EMOCIONAL INMINENTE
Acabo de leer aquí que Terry Gilliam rodará en Chihuahua su próxima película. Estoy esperando una fé de erratas, pero la fuente es confiable.
Estoy infartada.
Tengo que hacer fila fuera de su hotel con mis peliculitas y mi lata de spam para que me las firme.
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