Alex tiene siete años. En unos cuantos meses más, tendrá ocho.
Después del baño, lo ayudo a secarse. Me doy cuenta que sus pies no son ya los de un bebé. Sus pies gastan zapatos en tan sólo dos meses. Sus pies trepan camas, sillones, bardas y árboles.
Veo sus pies y sé que dentro de muy poco dejará de ser un niño. ¿Cuántos años nos quedan? Sus pies, sus ojos, su cabeza, sus manos, comienzan a buscar cosas que yo ya no puedo ofrecerle.
Me asaltan miedos atroces.
¿Será suficiente lo que le hemos dado? ¿Será útil lo que le hemos enseñado?
Las runas me dijeron algo.
Permanencia.
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