Nos salva
Harry llegó de forma suave a este mundo.
Sus primeros meses de vida también fueron de un suave y armónico estar. Incluso cuando el asma lo atacaba, se mantenía tranquilo. Su rostro fue pacífico y paciente hasta que llegaron a sus manos las sonajas.
Con qué fuerza las apretaba... con qué desesperación las hacía sonar para luego estallar en carcajadas.
Más adelante, recién dominando su caminar, caminaba hacía mía cuando me encontraba frente a la computadora, y me pedía música y sonidos. Yo le daba sonidos con mi voz y él los repetía. Cuando después comenzó a sufrir transtornos de sueño, también llevaba a Fefé hasta la computadora y le pedía música. No se dormía pero parecía sufrir menos su insomnio.
Cuando iba a cumplir tres años tuvimos que cambiarlo de guardería. Había pasado más de dos años en la misma estancia, y el cambio le pegó muy fuerte, tanto que dejó de hablar en la escuelita, no jugaba, ni reía. Hacia el término de ese año la guardería montó un espectáculo navideño, y tres veces por semana una maestra de música iba a ensayar con un coro conformado por nenes de entre uno y cuatro años. Harry se volvió otro. O más bien, en la escuelita empezó a ser el mismo niño que nosotros conocíamos.
Una navidad Santa le trajo un Pianosaurio. Pensamos que lo haría muy feliz. Lo estuvo, como por tres horas hasta que lo botó porque las teclas no sonaban como él quería. Fefé le consiguió después un pequeño teclado que junto con un violín y multitud de tambores, lo acompañaron todos sus años de infancia.
A punto de entrar a la adolescencia, decidió que un violín no se vería bien en un grupo de rock y quiso una guitarra. Conseguimos una que fue con la que empezó a tomar las clases de música. Más que buscar ser un virtuoso de la tocada, a él le gusta componer y cantar. Sus composiciones son hermosas y tristes. Tristes como la depresión que trae y de la que intentamos sacarlo a veces, para darnos cuenta que es la música lo que lo salva.
Tal vez sea la edad, tal vez comorbilidades asociadas a su TDAH o la genética, no lo sabemos todavía y él no puede explicarlo, pero se entristece, se encierra y escribe.
Así estuvo varios meses, desde las vacaciones hasta hace unas semanas, tiempo por cierto durante el cual no pudo ir a sus clases de música, primero por las vacaciones y después porque entró a la preparatoria y no tenía tiempo para dedicarlo a sus clases.
Recientemente lo invitaron a cantar en una presentación escolar. Ahí se reunió con algunos compañeros de la escuela de música y después de mucha plática, decidieron reunirse a ensamblar piezas juntos.
Desde entonces, es otro. O más bien, el mismo chico conversador y apasionado que conocemos y que recuperamos de su tristeza, porque canta.
Fefé y yo ya no podemos hacer mucho. "Nada ni nadie puede impedir que sufran" dice la canción. El cono de nieve o el chocolate cuando estaba enojado o triste no son suficientes. Sólo nos queda acompañarlo mientras le dura esto, estar atentos si existen otros síntomas de mayor preocupación, invitarlo a salir de su cueva cuando es posible y seguir siendo sus groupies más fervientes.
La música lo salva, pero él con su ética, disciplina y pasión, nos salva constantemente.
Sus primeros meses de vida también fueron de un suave y armónico estar. Incluso cuando el asma lo atacaba, se mantenía tranquilo. Su rostro fue pacífico y paciente hasta que llegaron a sus manos las sonajas.
Con qué fuerza las apretaba... con qué desesperación las hacía sonar para luego estallar en carcajadas.
Más adelante, recién dominando su caminar, caminaba hacía mía cuando me encontraba frente a la computadora, y me pedía música y sonidos. Yo le daba sonidos con mi voz y él los repetía. Cuando después comenzó a sufrir transtornos de sueño, también llevaba a Fefé hasta la computadora y le pedía música. No se dormía pero parecía sufrir menos su insomnio.
Cuando iba a cumplir tres años tuvimos que cambiarlo de guardería. Había pasado más de dos años en la misma estancia, y el cambio le pegó muy fuerte, tanto que dejó de hablar en la escuelita, no jugaba, ni reía. Hacia el término de ese año la guardería montó un espectáculo navideño, y tres veces por semana una maestra de música iba a ensayar con un coro conformado por nenes de entre uno y cuatro años. Harry se volvió otro. O más bien, en la escuelita empezó a ser el mismo niño que nosotros conocíamos.
Una navidad Santa le trajo un Pianosaurio. Pensamos que lo haría muy feliz. Lo estuvo, como por tres horas hasta que lo botó porque las teclas no sonaban como él quería. Fefé le consiguió después un pequeño teclado que junto con un violín y multitud de tambores, lo acompañaron todos sus años de infancia.
A punto de entrar a la adolescencia, decidió que un violín no se vería bien en un grupo de rock y quiso una guitarra. Conseguimos una que fue con la que empezó a tomar las clases de música. Más que buscar ser un virtuoso de la tocada, a él le gusta componer y cantar. Sus composiciones son hermosas y tristes. Tristes como la depresión que trae y de la que intentamos sacarlo a veces, para darnos cuenta que es la música lo que lo salva.
Tal vez sea la edad, tal vez comorbilidades asociadas a su TDAH o la genética, no lo sabemos todavía y él no puede explicarlo, pero se entristece, se encierra y escribe.
Así estuvo varios meses, desde las vacaciones hasta hace unas semanas, tiempo por cierto durante el cual no pudo ir a sus clases de música, primero por las vacaciones y después porque entró a la preparatoria y no tenía tiempo para dedicarlo a sus clases.
Recientemente lo invitaron a cantar en una presentación escolar. Ahí se reunió con algunos compañeros de la escuela de música y después de mucha plática, decidieron reunirse a ensamblar piezas juntos.
Desde entonces, es otro. O más bien, el mismo chico conversador y apasionado que conocemos y que recuperamos de su tristeza, porque canta.
Fefé y yo ya no podemos hacer mucho. "Nada ni nadie puede impedir que sufran" dice la canción. El cono de nieve o el chocolate cuando estaba enojado o triste no son suficientes. Sólo nos queda acompañarlo mientras le dura esto, estar atentos si existen otros síntomas de mayor preocupación, invitarlo a salir de su cueva cuando es posible y seguir siendo sus groupies más fervientes.
La música lo salva, pero él con su ética, disciplina y pasión, nos salva constantemente.
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