Crónica sangrienta... y muy larga

Eran las diez y media de la noche de un domingo.

No es mi costumbre desvelar a mis hijos cuando al día siguiente hay escuela, pero esa noche pasaban por televisión La cité des enfants perdus y no era una oportunidad para dejar pasar.
De inmediato les hablé a los chicos. Harry apagó su consola de videojuegos mientras que William bajó de un brinco de su litera. Preparamos una botana y nos pusimos a ver la tele.

“Está clasificada como R” me dijo William, antes de empezar la película. Tuve que recordarle que su primera película fue “Carne Trémula”, cuando tenía ocho meses de edad y que yo confiaba en su madurez e inteligencia y en la de Harry para ver esa película.

Como siempre que la veo, no puedo dejar de sonreír estúpidamente por horas. En esta ocasión mi sonrisa se congeló para convertirse en un grito cuando, al terminar la película y encender la luz, observé un charco de sangre en el suelo junto a mi cama.
Charco, neta, no chingaderas.
Con la vista recorrí el charco hasta encontrar la fuente y vimos que la causa estaba en el pie de William, que se pegó levemente contra una silla al bajar de la litera.

No le dolía, no le molestaba, simplemente sangraba. Con ayuda primero de algodones, intentamos ver de dónde venía tanta sangre pero la hemorragia no nos lo permitía. Luego optamos por mejorar la vista con ayuda de un chorro de agua. Tampoco funcionó. La tercera opción fue una toalla de baño y medio nos sirvió, nos permitió ver por un nanosegundo de dónde provenía tanto humor circulatorio: era una protuberancia mínima en la piel, con apenas dos milímetros de apertura. Por ahí salía esa cantidad de sangre que no podíamos detener.

Eran las doce de la noche, hora en que el Dr. Google aun atiende consultas.
Nos pusimos a buscar información sobre cómo detener hemorragias: pierna levantada, torniquetes, puntos de presión, azúcar… pero algunas cosas no nos servían y otras simplemente no aplicaban.
Teníamos que identificar el problema para dar con la solución más apropiada.
Empezamos con “granito” y “sangre”. Muchas recetas contra el acné.
Luego buscamos como “grano sangrante”. No se les ocurra buscar, menos en imágenes. Hay muchas cosas que es mejor ignorar.
Finalmente en alguna de las páginas que vimos se mencionó la palabra verruga. Recordamos entonces lo que decían las abuelas de que si te quitabas una verruga podías morir desangrado.
Mientras yo buscaba, Fefé seguía limpiando la sangre que continuaba saliendo de la ahora recién conocida verruga.

Puesto que no teníamos gatos negros que llevar a un cementerio a medianoche, era mejor seguir explorando por soluciones para esa hemorragia.
Y finalmente en una de las páginas que encontramos, dimos con esta foto:


Le grité a Fefé para que se acercara y ambos volteamos a vernos y sonreímos.
(Efecto de difuminación nebulosa)

Corría el año del 2008…
Pasábamos vacaciones en Mazatlán.
Completamente exhaustos de haber pasado el día completo mirando el mar y viendo caer la tarde en compañía de cubetas de cerveza que venían, y venían y venían (fue lo más provechoso que hicimos esos días… el acuario es una pena) nos fuimos a descansar a nuestros aposentos.
Era 30 de julio. Al siguiente día celebrábamos el cumpleaños de Fefé y yo no sabía qué iba a regalarle. Aproveché que la siguiente media hora la pasaría viendo “Patito Feo” –la versión argentina, que es la que le gustó a mi marido—y así yo podría salir a la calle a buscar algo sin que me extrañara mucho.
Eso hice, pero después de media hora de buscar y buscar, me di por vencida.
Las opciones que me daban las tiendas de los alrededores eran: una playera tipo “mi amigo se fue de vacaciones y lo único que me trajo fue esta pinche playera”, un inflable en forma de Keiko, una pulgada de arena de Mazatlán o un adorno de conchitas con ranas vestidas de mariachi.
Estuve a punto incluso de ir a caer en un Sr. Frogs pero me contuve. Mejor el adorno de conchitas.


De regreso a una de esas tiendas me fijé en un local que no había visto.
Era L´Occitane, un negocio de productos para cuidados de la piel, perfumes y cosas así.
Estaba bonito el negocio y el pequeño francés que me atendió me describió como maravillosos y milagrosos los productos. A mí esa parte me valía madre, lo único que quería es que fueran más bonitos que el inflable de orca.
Me ofreció cosas preciosas, lociones de aromas delicadísimos, cremas para todo el cuerpo –incluídas las orejas--, aceites para masajes con cientos de propiedades, desodorantes mágicos, jabones, geles, shampuses, todo en presentaciones exquisitas. Y caras.
Le dije al dependiente: “¿Qué me alcanza con esto?” y me llevó al fondo del local, donde estaban todos los productos relacionados con el rasurado.


Compré finalmente un estuche de aluminio inoxidable cuyo contenido era una crema de afeitar, un rastrillo muy elegante con mango de madera, una brocha y un gis que no supe para qué era. Lo envolví muy monamente y yo además, me puse un moño.
Fefé quedó encantado con su regalo. La verdad es que sí estaba muy lindo, bien nice.
(La crema de afeitar nunca la utilizó y se me hace que ya caducó. El rastrillo no pudo usarlo porque le faltaba la navaja. El francesito me dijo que ese tipo de navajas se compraban en cuaaaaalquier lado, y no era verdad. Y finalmente el gis tampoco, porque no sabíamos para qué chingados servía. El estuche continúa en una canasta dentro de mi baño.)


(Efecto de regreso a la actualidad, Fefé y yo mirándonos con cara de “¿Estás pensando lo mismo que yo?”)
Inmediatamente corrí al baño a sacar todo el desmadre que tengo en la canasta, las mil cremas que nunca uso, los rastrillos sin filo, los jabones y envasitos de shampoo que me robo de los hoteles, y un resto de cosas más que no sabía que tenía.


Refundido en la canasta estaba el gis. Que no era gis sino una barrita de sulfato de aluminio, que según lo que habíamos leído en internet, era lo único que podía cortar una hemorragia de verruga y además en tan sólo 10 segundos.
Nos llevó treinta en realidad.
Pero lo hicimos. Y sin necesidad de hablarle a mi mamá para que nos diera algún consejo.


Ya mudé mi lápiz hemostático del baño al cajón de los cuchillos. Parece que finalmente un regalo que hice a Fefé sirve para algo.


Y ahora sí, con la verruguita sellada y sin amenazas sangrientas nos podemos dar el lujo de planear ese tour al cementerio con el gato negro en un costal y el libro de Tom Sawyer para que nos dicte las palabras mágicas que habremos de recitar.


Habrá que buscar el gato negro y viendo próxima la Víspera de Todos los Santos, no tardarán en ir apareciendo.


¿Qué tal una visita al panteón el Día de Muertos?


Comentarios

Unknown dijo…
Está larga, pero muy interesante, como todo lo que escribes.
Parece que soy el único que no disfrutará del puente, dichosos los demás, aparte del blog, tienen una vida.
Cosas raras de la vida cotidiana, seguramente nunca habrías imaginado algo así cuando compraste el regalo de Fefé.
Llevo años sin visitar a mis difuntos, me siento atrapado cuando entro a un panteón y todavía no quiero que me atrapen en un cajón.
Un abrazo para ti y tus hombres; cuídate, que te vaya cada día mejor, luego nos leemos.
todavia dijo…
Jijos, escrito asi se lee chistoso, pero ha de haber sido bien impresionante ver tanta sangre en el piso. Lo importante es que William esta bien.

Tienes una increible habilidad narrativa, creo que ya te lo han dicho muchas veces pero lo repito porque es verdad.

Cuida a William, no estaria de mas que le hicieran un examen de sangre para confirmar que no hay ningun problema de coagulacion.
Yo tampoco tengo puente, Pherro y sumado a eso mañana entro a las siete de la madrugada a un curso. Y qué... jajá... al cabo que me gusta trabajar..
La última vez que fui a un panteón fue a visitar a Paty. No fue el Día de Muertos. Demasiada gente y flores de papel. Es mejor ir otros días. Lo recomiendo ampliamente.

Sí lo he pensado, Todavía, lo de los exámenes. A veces, con la alergia, le suele salir sangre de la nariz y tarda un poco en que se detenga. Ya mero le toca su consulta.
Gracias por el halago.
Juano dijo…
Antes que todo nunca digas eso de "no busquen en Internet" eso es una invitación jejeje.

Continuo, te pasaste con lo de "me puse un moño" jeje. Yo si tenia puente pero una maestra nos dijo que fuéramos a su clase... no apareció la inche vieja... aparte me tuve que levantar una hora extra mas temprano con eso de que en la pinche frontera no cambian el horario hasta el próximo domingo... Damn!

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