Perseguida por mi pasado
Así ocurre.
Una nunca puede librarse de las consecuencias de las malas decisiones, de los giros erróneos, los caminos mal trazados. Una intenta llevar su malograda existencia tratando de olvidar, tratando de dejar atrás lo que ya no se quiere ser, pero es imposible porque una lo arrastra, lo lleva a las espaldas como un pesado apéndice o un vulgar parásito.
Durante algunos años pude mantener el secreto, al menos en ciertas áreas de mi vida; sin embargo, la verdad sale a relucir, más tarde o más temprano.
Hoy me sucedió.
Caminaba por un pasillo del despacho donde a veces trabajo cuando una voz a mis espaldas dijo:
-- Adiós, Beba.
Por un instante estuve a punto de voltear, pero en un segundo todo volvió a mí...
(Inserte efecto de nubes)
* Marzo de 1976
-- ¡Qué nena tan bonita y calva! ¿Cómo le van a poner?
-- No lo hemos decidido todavía.
-- ¿Qué tal el nombre de las abuelas?
-- Ya fueron tomados.
-- Mmm. Una beba sin nombre.
* Septiembre de 1976
-- ¿Ya llevaron a la beba a registrar?
-- No, todavía no sabemos qué nombre ponerle.
* Marzo de 1977
-- Ya llevamos a la Beba al registro. Le pusimos el nombre de su mamá. ¿Verdad, Beba?
(Un año entero para que me terminaran llamando como mi madre...)
Después de mi primer año de vida, mudé de pelo, de dientes, de todo, menos de apodo.
Qué cosa tan difícil es quitarse esas cosas.
Nos mudamos en dos ocasiones a ciudades diferentes y el apodo seguía tras de mí. Me siguió en mi ingreso a una nueva primaria, y luego a la secundaria, por los compañeros que tuve en sexto grado, pero en prepa dije: Basta, hoy voy a cambiar. Y ahí la llevaba. Ayudó mucho el hecho de que a esa escuela no entraran más que uno o dos conocidos de la secundaria, cuya vida también querían cambiar. Enmedio de un pacto secreto nos olvidamos de nuestros apodos y primeros nombres y decidimos cómo queríamos ser llamados en el futuro. Luego llegó la prefecta y nos mandó al salón porque ya era muy tarde para seguir encerradas en el baño.
Por dos años trabajé arduamente para reconfigurarme, para reinventarme bajo el nombre que legalmente me correspondía. No fue fácil. Dejar de ser Beba para convertirme en otra cosa requirió imaginación y esfuerzo. Y estaba rindiendo frutos, hasta que un día...
-- Psss...
-- Háblale más fuerte.
-- Psss... eit... tú, voltea...
-- No te oye, háblale por su primer nombre.
-- "....."
-- Mmmm, mermas. Ahora por el segundo, a ver si se entera...
-- "......."
-- Tampoco ¿pos que está sorda? ¡Ya sé! Ayer que hablé a su casa me enteré cómo le dicen. Mira: ¡Beeeeeeebaaaaaa!
-- ¡Qué!
Y en ese momento mi mundo mágico de fantasías se derrumbó, todos voltearon a verme y todos se enteraron de cómo me decían en mi casa. De ahí en delante fui Beba también en el bachillerato. También en la universidad. La mitad de mi salón universitario provenía de mi salón de preparatoria. Durante mis años en la facultad no me importó. Mi apodo era mi única extravagancia entre las muchísimas que podías encontrar en esa escuela. Además en mi grupo había sobrenombres más especiales que el mío: "Gorila", "Rana", "Gusano", "Fido", "Gallina", "Muñeco esotérico", "Rainbow", "Matón"... Llegué finalmente en esa etapa a buenos términos con mi apodo.
Pero terminada la carrera y ya entrada al mundo laboral me tuve que olvidar de él. Y así fue por muchos años. Era en el trabajo el único espacio donde yo era la misma que decía en el acta de nacimiento mientras afuera era otra, más yo.
Doce años pasaron para que mi doble vida se cayera.
Hoy, en el despacho, entró a trabajar una mujer de mi pasado que lo primero que hizo después de saludarme, fue decirle a su compañera de trabajo cómo me decían, entonces fue que me llamó diciendo:
-- Adiós, Beba.
Después de ese segundo en el que no supe si voltear o no, finalmente decidí voltear, regresar, sonreír y decir: "Mucho gusto, aquí Beba a tus órdenes."
Dicen que un nombre puede definir el destino de una persona, ahí tienen al pobre Ernesto y al pobre Archibald en "La importancia de llamarse Ernesto" de Wilde; que un nombre puede influir en el autoconcepto de un infante; que cómo se deben elegir para que armonicen con la persona que los porta y con sus apellidos.
Dudo que mis padres le hayan dado mucha vuelta a esto, considerando que con mis hermanos no se esforzaron mucho. Lo que he venido a caer en cuenta después de todos estos años es que, sin dejar a un lado toda la evidencia psicológica que respalda las ideas anteriores, uno es quien finalmente se forja, con o a pesar de su nombre.
No he puesto en duda la propiedad de mi nombre; sin embargo, pese a lo que diga en un acta, en mi CURP, en mi credencial del IFE, en el RENAUT (ah, no, ahí no hay nada mío) o en los próximos documentos de identidad que nos endilguen, yo también soy la Beba.
Pa´servir a usted.
Una nunca puede librarse de las consecuencias de las malas decisiones, de los giros erróneos, los caminos mal trazados. Una intenta llevar su malograda existencia tratando de olvidar, tratando de dejar atrás lo que ya no se quiere ser, pero es imposible porque una lo arrastra, lo lleva a las espaldas como un pesado apéndice o un vulgar parásito.
Durante algunos años pude mantener el secreto, al menos en ciertas áreas de mi vida; sin embargo, la verdad sale a relucir, más tarde o más temprano.
Hoy me sucedió.
Caminaba por un pasillo del despacho donde a veces trabajo cuando una voz a mis espaldas dijo:
-- Adiós, Beba.
Por un instante estuve a punto de voltear, pero en un segundo todo volvió a mí...
(Inserte efecto de nubes)
* Marzo de 1976
-- ¡Qué nena tan bonita y calva! ¿Cómo le van a poner?
-- No lo hemos decidido todavía.
-- ¿Qué tal el nombre de las abuelas?
-- Ya fueron tomados.
-- Mmm. Una beba sin nombre.
* Septiembre de 1976
-- ¿Ya llevaron a la beba a registrar?
-- No, todavía no sabemos qué nombre ponerle.
* Marzo de 1977
-- Ya llevamos a la Beba al registro. Le pusimos el nombre de su mamá. ¿Verdad, Beba?
(Un año entero para que me terminaran llamando como mi madre...)
Después de mi primer año de vida, mudé de pelo, de dientes, de todo, menos de apodo.
Qué cosa tan difícil es quitarse esas cosas.
Nos mudamos en dos ocasiones a ciudades diferentes y el apodo seguía tras de mí. Me siguió en mi ingreso a una nueva primaria, y luego a la secundaria, por los compañeros que tuve en sexto grado, pero en prepa dije: Basta, hoy voy a cambiar. Y ahí la llevaba. Ayudó mucho el hecho de que a esa escuela no entraran más que uno o dos conocidos de la secundaria, cuya vida también querían cambiar. Enmedio de un pacto secreto nos olvidamos de nuestros apodos y primeros nombres y decidimos cómo queríamos ser llamados en el futuro. Luego llegó la prefecta y nos mandó al salón porque ya era muy tarde para seguir encerradas en el baño.
Por dos años trabajé arduamente para reconfigurarme, para reinventarme bajo el nombre que legalmente me correspondía. No fue fácil. Dejar de ser Beba para convertirme en otra cosa requirió imaginación y esfuerzo. Y estaba rindiendo frutos, hasta que un día...
-- Psss...
-- Háblale más fuerte.
-- Psss... eit... tú, voltea...
-- No te oye, háblale por su primer nombre.
-- "....."
-- Mmmm, mermas. Ahora por el segundo, a ver si se entera...
-- "......."
-- Tampoco ¿pos que está sorda? ¡Ya sé! Ayer que hablé a su casa me enteré cómo le dicen. Mira: ¡Beeeeeeebaaaaaa!
-- ¡Qué!
Y en ese momento mi mundo mágico de fantasías se derrumbó, todos voltearon a verme y todos se enteraron de cómo me decían en mi casa. De ahí en delante fui Beba también en el bachillerato. También en la universidad. La mitad de mi salón universitario provenía de mi salón de preparatoria. Durante mis años en la facultad no me importó. Mi apodo era mi única extravagancia entre las muchísimas que podías encontrar en esa escuela. Además en mi grupo había sobrenombres más especiales que el mío: "Gorila", "Rana", "Gusano", "Fido", "Gallina", "Muñeco esotérico", "Rainbow", "Matón"... Llegué finalmente en esa etapa a buenos términos con mi apodo.
Pero terminada la carrera y ya entrada al mundo laboral me tuve que olvidar de él. Y así fue por muchos años. Era en el trabajo el único espacio donde yo era la misma que decía en el acta de nacimiento mientras afuera era otra, más yo.
Doce años pasaron para que mi doble vida se cayera.
Hoy, en el despacho, entró a trabajar una mujer de mi pasado que lo primero que hizo después de saludarme, fue decirle a su compañera de trabajo cómo me decían, entonces fue que me llamó diciendo:
-- Adiós, Beba.
Después de ese segundo en el que no supe si voltear o no, finalmente decidí voltear, regresar, sonreír y decir: "Mucho gusto, aquí Beba a tus órdenes."
Dicen que un nombre puede definir el destino de una persona, ahí tienen al pobre Ernesto y al pobre Archibald en "La importancia de llamarse Ernesto" de Wilde; que un nombre puede influir en el autoconcepto de un infante; que cómo se deben elegir para que armonicen con la persona que los porta y con sus apellidos.
Dudo que mis padres le hayan dado mucha vuelta a esto, considerando que con mis hermanos no se esforzaron mucho. Lo que he venido a caer en cuenta después de todos estos años es que, sin dejar a un lado toda la evidencia psicológica que respalda las ideas anteriores, uno es quien finalmente se forja, con o a pesar de su nombre.
No he puesto en duda la propiedad de mi nombre; sin embargo, pese a lo que diga en un acta, en mi CURP, en mi credencial del IFE, en el RENAUT (ah, no, ahí no hay nada mío) o en los próximos documentos de identidad que nos endilguen, yo también soy la Beba.
Pa´servir a usted.
Comentarios
tengo una tia que tiene 40 años y le siguen diciendo La nena, y luego mi mamá ha tratado de librarse de su apodo "la chata" que odia por que asi le decia mi abuela y nanay
y yo era "La pollo" en la secu, pero al que me diga así le parto su madre!!
Asi que para mi segurás siendo Ministry (que curiosamente es un apodo tambien) jojojo feliz fin de semana
No podemos elegir el nombre que nos ponen y por lo regular tampoco el apodo, hay que convivir con ambos.
Chata es bonito... La China, La Nena... todos tenemos tías o amigas con esos apodos. Y pues aquí lo curioso de la blogósfera es que la mayoría tenemos apodos. Algunos raros, otros bonitos, otros curiosos, pero yo creo que para las personas que los portan son una señal de identidad tan importante como su nombre.
(Tuve un alumno al que le decían el Cabezón. A mí me chocaba y le llamaba por su nombre y les repetía a todos que le llamaran por su nombre. Un día se me fue la onda, le dije Cabezón, de tanto que lo oía... este niño volteó con una sonrisota y me dijo: Me dijo Cabezón! Yo le pedí disculpas y él que no, que así le dijera. Le hacía feliz que le llamara como sus amigos le llamaban y se sentía más identificado.) Cuestión de gustos al fin y de que los demás respeten ese gusto.
Saludos,
Tu hermano, el Chapo.
Saludos,
Tu hermano, el Chapo.
Tienes mucha razón, y es muy buena tu historia. Es muy bueno este post. Será que conocerte como Ministry me sale familiar. Y ese "Beba" sabe a "Barbie".
Llevé el apodo de "Tito" -un diminutivo de Roberto, de Norberto, del Alberto... de Pescuerto- durante los años de Escuela y la Universidad, luego dejé de llamarme así con mucho esfuerzo. Llegué a odiar ese sobrenombre.
Saludos, con mi verdadero nombre:
Daniel.
Daniel, gracias.
En mi caso para la mayor parte de la gente, sobre todo la que estuvo conmigo en la carrera, y un poco despues, soy "Pelos". Solo mi familia y amigos anteriores me llaman por mi nombre.
Inclusive, los papas de mis amigos me conocen por "pelos"... si hablo y digo mi nombre, muchas veces no saben quien soy.
Interesante.