Tengo un recuerdo de hace muchos años. Veintitrés años. Estados Unidos mantenía una guerrita contra Libia y nosotros pasábamos unos días en Tucson, en casa de una tía.
Al final de la calle donde vivía mi tía había un pequeño cerro. Mi papá y yo alguna vez lo escalamos.
Alguien dijo que detrás de ese cerro había una base militar y debía ser verdad porque de ahí se veían salir en grupo aviones militares a una distancia pavorosamente cercana al suelo. Apenas los veía, corría a meterme aterrada a la casa, pero incluso ahí sentía miedo. El ruido de los aviones cruzando el cielo no me dejaba dormir.
No sé si por esta razón o cualquier otra, una noche nos mandaron a dormir a casa de mi prima Irene. Me sentí mucho mejor llegando allá. Nos preparamos a dormir en un tendido en la sala de su casa y después de cenar vimos televisión.
Las noticias no dejaban de mencionar a Kadafi, pero me sentía a salvo. Desafortunadamente no fue por mucho tiempo porque una noticia hizo que mi prima se levantara de un salto de su asiento.
-- ¡Yo lo conozco!-- dijo reconociendo a un militar que entrevistaban en el noticiero. Luego fue a su librero y sacó un anuario donde nos mostró la foto de Johnny o Frankie, o como se llamara. Habían sido compañeros en High School.
En un momento la guerra que creí que había dejado con los aviones, se metió a la casa donde yo estaba.
Días después regresamos a México.
Por primera vez me sentí feliz de que se terminaran las vacaciones.
Al final de la calle donde vivía mi tía había un pequeño cerro. Mi papá y yo alguna vez lo escalamos.
Alguien dijo que detrás de ese cerro había una base militar y debía ser verdad porque de ahí se veían salir en grupo aviones militares a una distancia pavorosamente cercana al suelo. Apenas los veía, corría a meterme aterrada a la casa, pero incluso ahí sentía miedo. El ruido de los aviones cruzando el cielo no me dejaba dormir.
No sé si por esta razón o cualquier otra, una noche nos mandaron a dormir a casa de mi prima Irene. Me sentí mucho mejor llegando allá. Nos preparamos a dormir en un tendido en la sala de su casa y después de cenar vimos televisión.
Las noticias no dejaban de mencionar a Kadafi, pero me sentía a salvo. Desafortunadamente no fue por mucho tiempo porque una noticia hizo que mi prima se levantara de un salto de su asiento.
-- ¡Yo lo conozco!-- dijo reconociendo a un militar que entrevistaban en el noticiero. Luego fue a su librero y sacó un anuario donde nos mostró la foto de Johnny o Frankie, o como se llamara. Habían sido compañeros en High School.
En un momento la guerra que creí que había dejado con los aviones, se metió a la casa donde yo estaba.
Días después regresamos a México.
Por primera vez me sentí feliz de que se terminaran las vacaciones.
* * * * *
Al menos tres veces cada semana el helicóptero de la policía nos sobrevuela.
También hay una guerra, aunque me es difícil reconocer a las partes envueltas en el conflicto.
Debería acostumbrarme al zumbido del aparato pero no es así. Ese ruido siempre me regresa a Tucson. Además constantemente pongo en duda las habilidades voladoras de los pilotos y eso me angustia más.
Esta tarde hubo un intento de asalto en un puesto de hamburguesas donde balearon en la pierna al encargado y un par de horas después, un asalto a mano armada muy cerca de ahí. Hubo una persecución muy intensa por el segundo asalto. Por el primero no, porque los clientes del negocio de hamburguesas le metieron una chinga al asaltante.
Durante una larguísima hora el helicóptero pasó sobre nuestra casa, echando su luz que se metía en nuestras ventanas. Pero eso debería ser el menor de nuestros miedos.
La impunidad se mete a nuestras casas con la misma facilidad que lo hace la luz y el hecho de que esa luz venga de un helicóptero de la policía, no me deja más tranquila.
También hay una guerra, aunque me es difícil reconocer a las partes envueltas en el conflicto.
Debería acostumbrarme al zumbido del aparato pero no es así. Ese ruido siempre me regresa a Tucson. Además constantemente pongo en duda las habilidades voladoras de los pilotos y eso me angustia más.
Esta tarde hubo un intento de asalto en un puesto de hamburguesas donde balearon en la pierna al encargado y un par de horas después, un asalto a mano armada muy cerca de ahí. Hubo una persecución muy intensa por el segundo asalto. Por el primero no, porque los clientes del negocio de hamburguesas le metieron una chinga al asaltante.
Durante una larguísima hora el helicóptero pasó sobre nuestra casa, echando su luz que se metía en nuestras ventanas. Pero eso debería ser el menor de nuestros miedos.
La impunidad se mete a nuestras casas con la misma facilidad que lo hace la luz y el hecho de que esa luz venga de un helicóptero de la policía, no me deja más tranquila.
Comentarios
Al menos yo ya me acostumbre. Ya no volteo al cielo cuando escucho los helicopteros. Ya no me da miedo pararme junto a los camiones llenos de soldados en los semaforos, ni me asusta entrar a un lugar donde estan los soldados, con sus armas largas.
Espero que no me acostumbre a TODO... espero que no acostumbrarme a los cueros en la calle, a los soldados en las casas..
En efecto, como el Pelos Briseno, nos menciona oportunamente, nos acostumbramos a todo. Lo dice Pelos y lo dice bien: a todo. Yo me acuerdo cuando comenzó la guerra de Afganistan, cuando un coche bomba que mataba a diez personas era noticia de primera plana, importantísima. Ahora, matan a cincuenta de un jalón en Irak y es solamente una notita mas, oculta entre desastres aún mayores.
Siempre terminamos por acostumbrarnos a todo.
Vivir temiendo a la gente... Eso es lo peor.
Anónimo, ojalá que no. Lamento que te haya pasado a ti (¿te pasó? Fue una descripción muy vívida?) así como lamento que esté pasando cada día ante la falta de acciones coordinadas, la carencia de infraestructura y la pérdida de confianza de la población que al final se ve transformado en ese miedo del que hablaba, del que habla Pelos y que como tú dices, es el peor de los miedos.
Yo todavia no me acostumbro a ese asunto, y si, ya no vivo en Juarez, pero aun asi, lo vivo cuando voy, y lo re vivo cuando me lo cuentan mis familiares o amigos, esas visitas no invitadas, yo solo espero que esto se pueda revertir, pero tristemente, se ve lejos.
Si nos acostumbramos, pues es por necesidad, solo espero que no perdamos nunca la capacidad de asombro.
El problema es que lo humano está a la baja. No soy hermanita de la vela perpetua pero si hay valores mínimos que necesitamos aplicar socialmente. Así como seres más autoconscientes y empáticos. Menos susceptibles a caer en "ayudas" artificiales para soportar el peso de la vida como la búsqueda del dineral, las drogas y la violencia extrema...
Saluditos!!