Dilema
Es la primera vez en todos mis años de ejercicio ciudadano que me encuentro tan conflictuada.
En otras ocasiones fui a votar por el candidato de mi elección o si no había ninguno que me convenciera, anulaba mi voto con singular despreocupación, generalmente acompañando la enorme equis sobre el papel con alguna mentada de madre, o también, a según mi estado anímico, con algún antiguo proverbio, como aquél que reza: Come mierda, que cientos de miles de millones de moscas no pueden estar equivocadas ("¿O acaso no es eso la democracia?" remataba conocida cantante argentina lanzada recientemente a la política).
Ahora es diferente.
En medio del tumulto de susurros, de ecos silenciosos que botan y rebotan a través de las ondas internéticas, se presiente la sospecha de que algo está pasando o algo va a pasar. El llamado a la anulación del voto y la cantidad de gente que está convencida de ejercer este derecho, ponen mis decisiones en entredicho. Es decir, la decisión de anular mi voto en esta ocasión trae consigo una responsabilidad mayor.
Eso por un lado.
Por el otro he estado pensando en algo que leí en algún lado: ¿Realmente todos los partidos son iguales?
Que estoy hasta la madre de decepción y desencanto, es cierto. Que odio las discusiones sobre política, es cierto. Que miro con suma incredulidad a la gente que hace propaganda en la calle, también (no me la creo que haya tanta gente con convicción partidista). Sin embargo, algo se me remueve y pienso en esa pregunta. Y en otra más: ¿Realmente no hay nadie que me represente?
Suelo seguir las iniciativas de ley y las discusiones en el Congreso sobre problemas que me son de particular interés y en un 80 ó 90 por ciento de los casos hay un grupo de personas que apoya lo que yo pienso, o que rechaza lo que yo también rechazo. Dudo de las buenas intenciones de este grupo como individuos o como partido, pero hay cierta coherencia en sus decisiones e iniciativas.
Con esto ya no debería sentir dudas sobre qué hacer.
Pero luego viene la oleada de murmullos otra vez y me pregunto: ¿Votar por un partido o candidato no será la salida fácil? ¿No será algo así como el voto útil? ¿Qué tal que se esté gestando un movimiento chido y yo me quede al margen? ¿Qué tal que de la anulación del voto proceda algo interesante?
El miedo y la preocupación que están sintiendo los partidos ante la anulación del voto me permite pensar que algo puede pasar. La preocupación del IFE, sobre todo, me lo confirma.
He estado tratando de investigar qué puede suceder si la mayoría anula su voto pero no encuentro respuestas. Unos dicen que no va a pasar nada, y otros, como escena de Ensayo sobre la Lucidez, que se desatará en caos.
¿Y si no pasa nada y yo no apoyé a quien ve por mis demandas?
Este es el conflicto al que me veo enfrentada.
Sin embargo, en medio de todo esto también he pensado dónde demonios quedamos los ciudadanos. ¿Nomás en las urnas? ¿Hasta ahí somos ciudadanos?
Creo que era Giovanni Sartori el que decía que la democracia representativa vino a liberarnos de la democracia entendida como los griegos en cuanto a las funciones y responsabilidades del ciudadano. La representación nos dio oportunidades de ser individuos libres. Tal vez nos tomamos esa oportunidad muy muy en serio.
Rousseau dijo que la libertad del individuo terminaba después de que depositaba el voto en las urnas y que la representatividad nunca será democracia, que la soberanía no puede ser representada. Toda la razón. Pero imposible pensar en otra forma de gobierno.
Si el problema es la representación, y sabemos que los candidatos una vez electos, son olvidadizos y ya no recuerdan a quien representan, debe quedarnos otra opción.
"Si no votas, no te quejes." Me da risa esa frase. Somos ciudadanos cada tres o seis años, un día al año. ¿Eso nos da derecho a quejarnos? ¿Eso nos hace sentirnos ciudadanos responsables?Tenemos derecho a quejarnos y denunciar porque sí y ya.
Pero no hay diálogo entre el pueblo y quienes nos gobiernan porque estamos muy cómodos en nuestra democracia representativa dejando que en el congreso decidan por nosotros.
Considero que una opción a reflexionar, además de la de votar o anular el voto, es qué vamos a hacer después, hasta dónde nos comprometemos con el ser ciudadanos, qué estamos dispuestos a sacrificar para recordarles a los partidos a quienes están representando y cuáles fueron sus promesas.
Francamente no creo que como individuos aislados podamos hacer algo. Tenemos 80 años rumiando nuestros desencantos y no ha funcionado. Rumiar no sirve. Organizarse, sí.
Es cierto que en nuestro país las organizaciones civiles no gozan de mucho prestigio porque inmediatamente son ligadas a la política o porque desde sus inicios muchas han sido acalladas y amenazadas, pero habría que verlas no como un grupito de personas sembrando árboles o gritando en una plaza, sino como organizaciones que representan también a la ciudadanía y apoyarlas o unirse a ellas.
Quitarse la ropa afuera del palacio de gobierno no sirve de nada (aunque ha de ser chido). Formar parte de un grupo de personas que presionan a los políticos para hacer su trabajo, sí.
Y hay tanto de dónde elegir: protección al medio ambiente, derechos laborales, protección a la infancia, equidad de género, ayuda humanitaria...
En este contexto mundial en el que cada vez cobra más fuerza el poder del mercado y menos el poder del Estado, los ciudadanos tenemos que hacer algo. No recuerdo cuál filósofo dice que la crisis del Estado-Nación que están padeciendo las democracias en el planeta debe llevar a una nueva reestructuración de la autoridad y que en las nuevas formas de organización el gobierno tenderá a dejar sobre las organizaciones ciudadanas parte de la toma de decisiones que ahora detenta. Pero entre más nos tardemos en organizarnos, más lento será este proceso.
Estoy convencida de lo último, aunque sigo en duda con mi primera inquietud: Elegir o anular.
Sólo espero que la anestesia y las drogas para el dolor que me serán administradas en los siguientes días, me permitan vislumbrar, en alguna especie de viaje astral, una solución a mi conflicto.
Mañana me operan.
Hagan changuitos.
En otras ocasiones fui a votar por el candidato de mi elección o si no había ninguno que me convenciera, anulaba mi voto con singular despreocupación, generalmente acompañando la enorme equis sobre el papel con alguna mentada de madre, o también, a según mi estado anímico, con algún antiguo proverbio, como aquél que reza: Come mierda, que cientos de miles de millones de moscas no pueden estar equivocadas ("¿O acaso no es eso la democracia?" remataba conocida cantante argentina lanzada recientemente a la política).
Ahora es diferente.
En medio del tumulto de susurros, de ecos silenciosos que botan y rebotan a través de las ondas internéticas, se presiente la sospecha de que algo está pasando o algo va a pasar. El llamado a la anulación del voto y la cantidad de gente que está convencida de ejercer este derecho, ponen mis decisiones en entredicho. Es decir, la decisión de anular mi voto en esta ocasión trae consigo una responsabilidad mayor.
Eso por un lado.
Por el otro he estado pensando en algo que leí en algún lado: ¿Realmente todos los partidos son iguales?
Que estoy hasta la madre de decepción y desencanto, es cierto. Que odio las discusiones sobre política, es cierto. Que miro con suma incredulidad a la gente que hace propaganda en la calle, también (no me la creo que haya tanta gente con convicción partidista). Sin embargo, algo se me remueve y pienso en esa pregunta. Y en otra más: ¿Realmente no hay nadie que me represente?
Suelo seguir las iniciativas de ley y las discusiones en el Congreso sobre problemas que me son de particular interés y en un 80 ó 90 por ciento de los casos hay un grupo de personas que apoya lo que yo pienso, o que rechaza lo que yo también rechazo. Dudo de las buenas intenciones de este grupo como individuos o como partido, pero hay cierta coherencia en sus decisiones e iniciativas.
Con esto ya no debería sentir dudas sobre qué hacer.
Pero luego viene la oleada de murmullos otra vez y me pregunto: ¿Votar por un partido o candidato no será la salida fácil? ¿No será algo así como el voto útil? ¿Qué tal que se esté gestando un movimiento chido y yo me quede al margen? ¿Qué tal que de la anulación del voto proceda algo interesante?
El miedo y la preocupación que están sintiendo los partidos ante la anulación del voto me permite pensar que algo puede pasar. La preocupación del IFE, sobre todo, me lo confirma.
He estado tratando de investigar qué puede suceder si la mayoría anula su voto pero no encuentro respuestas. Unos dicen que no va a pasar nada, y otros, como escena de Ensayo sobre la Lucidez, que se desatará en caos.
¿Y si no pasa nada y yo no apoyé a quien ve por mis demandas?
Este es el conflicto al que me veo enfrentada.
Sin embargo, en medio de todo esto también he pensado dónde demonios quedamos los ciudadanos. ¿Nomás en las urnas? ¿Hasta ahí somos ciudadanos?
Creo que era Giovanni Sartori el que decía que la democracia representativa vino a liberarnos de la democracia entendida como los griegos en cuanto a las funciones y responsabilidades del ciudadano. La representación nos dio oportunidades de ser individuos libres. Tal vez nos tomamos esa oportunidad muy muy en serio.
Rousseau dijo que la libertad del individuo terminaba después de que depositaba el voto en las urnas y que la representatividad nunca será democracia, que la soberanía no puede ser representada. Toda la razón. Pero imposible pensar en otra forma de gobierno.
Si el problema es la representación, y sabemos que los candidatos una vez electos, son olvidadizos y ya no recuerdan a quien representan, debe quedarnos otra opción.
"Si no votas, no te quejes." Me da risa esa frase. Somos ciudadanos cada tres o seis años, un día al año. ¿Eso nos da derecho a quejarnos? ¿Eso nos hace sentirnos ciudadanos responsables?Tenemos derecho a quejarnos y denunciar porque sí y ya.
Pero no hay diálogo entre el pueblo y quienes nos gobiernan porque estamos muy cómodos en nuestra democracia representativa dejando que en el congreso decidan por nosotros.
Considero que una opción a reflexionar, además de la de votar o anular el voto, es qué vamos a hacer después, hasta dónde nos comprometemos con el ser ciudadanos, qué estamos dispuestos a sacrificar para recordarles a los partidos a quienes están representando y cuáles fueron sus promesas.
Francamente no creo que como individuos aislados podamos hacer algo. Tenemos 80 años rumiando nuestros desencantos y no ha funcionado. Rumiar no sirve. Organizarse, sí.
Es cierto que en nuestro país las organizaciones civiles no gozan de mucho prestigio porque inmediatamente son ligadas a la política o porque desde sus inicios muchas han sido acalladas y amenazadas, pero habría que verlas no como un grupito de personas sembrando árboles o gritando en una plaza, sino como organizaciones que representan también a la ciudadanía y apoyarlas o unirse a ellas.
Quitarse la ropa afuera del palacio de gobierno no sirve de nada (aunque ha de ser chido). Formar parte de un grupo de personas que presionan a los políticos para hacer su trabajo, sí.
Y hay tanto de dónde elegir: protección al medio ambiente, derechos laborales, protección a la infancia, equidad de género, ayuda humanitaria...
En este contexto mundial en el que cada vez cobra más fuerza el poder del mercado y menos el poder del Estado, los ciudadanos tenemos que hacer algo. No recuerdo cuál filósofo dice que la crisis del Estado-Nación que están padeciendo las democracias en el planeta debe llevar a una nueva reestructuración de la autoridad y que en las nuevas formas de organización el gobierno tenderá a dejar sobre las organizaciones ciudadanas parte de la toma de decisiones que ahora detenta. Pero entre más nos tardemos en organizarnos, más lento será este proceso.
Estoy convencida de lo último, aunque sigo en duda con mi primera inquietud: Elegir o anular.
Sólo espero que la anestesia y las drogas para el dolor que me serán administradas en los siguientes días, me permitan vislumbrar, en alguna especie de viaje astral, una solución a mi conflicto.
Mañana me operan.
Hagan changuitos.
Comentarios
Un abrazote, que eso de los hospitales no me gustaba antes y ahora menos.
Los encargados de la casilla lo van a ver y lo van a hacer a un lado porque es un voto nulo... y a partir de ese momento a nadie le va a importar... Creo que por ahi alguien dijo que al final van a decir cuantos votos anulados hubo, pero igual a nadie le va a importar... Despues va a ganar el candidato que obtenga mas votos, porque hay gente que si va a votar por algun partido...Los partidos pequeños y familiares obtendran un porcentaje mas alto y mantendran su registro, y los niños verdes, naranjas y de otros colores seguiran viviendo de las prerrogativas que les entrega el IFE y riendose de todos nosotros y dandole las gracias a los que anularon sus votos... Como el conteo total de votos validos se disminuye, los porcentajes utilizados para repartir las diputaciones plurinominales aumenta, entonces la probabilidad de que la mayoria en el congreso sea absoluta es mas grande, y eso es precisamente lo que hay que evitar..
Desafortunadamente con los politicos que tenemos, elegir representantes es un acto de azar, igual pueden poner sus nombres en una tombola y que los niños gritones de la loteria saquen los nombres de los que van a ser diputados... asi nos ahorrariamos miles de millones de pesos que el gobierno pudiera repartir entre las personas desempleadas...jejeje...
Yo por lo pronto estoy pensando seriamente en votar por Juan Blanco para que cuando lo metan al bote nuestro representate sea Conchita Fuentecillas, imaginate que tan lejos puede llegar con ese nombre? El liderazgo que va a ejercer en las camaras? Cuando los otros diputados la vean caminar con la cabeza alzada y con una nueva iniciativa de ley en las manos, diran: "Ahi va Conchita Fuentecillas, sigamosla!!! "
Yo si ya estoy hasta la madre de gobiernos corruptos. De ineptos que roban a manos llenas, de familias duenas de partidos riendose de nosotros. Esta eleccion nos va a servir para saber cuantos vamos a iniciar el cambio real en este pais echado a perder.
Conozcan a conchita, alguien que no tiene mas gracia que ser la esposa de un panista con hueso no merece ir al congreso.
Cume, suertuda. Cuál dilema... jejeje...
Gracias, Claud, por tus buenos deseos. Intentaré desconectarme.
De lo otro, mejor no hablo, la verdad creo que ni me corresponde...
Anular el voto es tan útil como votar por un candidato; es decir, muy poco útil. El anhelado y cacareado "cambio" en México no depende de reestructuras políticas, sino sociales. ¿Qué es más difícil? Si. ¿Qué no hacemos nada? También. Por eso paliamos nuestra culpa... votando.
Anúlalo si de verdad crees que no te representa nadie. Si le crees a algún político chihuahuense que no va a formar parte del feudo que han armado los gobernadores, entonces vota.
Vota feliz, vota contenta. O anula feliz, aunula contenta, pero presiona a tu diputado, vigila a tu presidente, putéalos, cagotéalos para que hagan bien su trabajo y no salgan con cupatrusadas
Mi comadre esta bien, dicen que la tiene on drugs y espero que no le quede el gusto.
Gracias y sigan con las buenas Vibras