Verdad o reto

No podía existir un momento mejor para la entrada del Verdad o Reto en la vida de un niño de diez años, que éstos que estamos viviendo, con las maestras con tapabocas, termómetros y geles antibacteriales a la mano.

Se llega la hora del recreo y en algún sitio escondido del patio, niños y niñas se reúnen para el juego. Apenas se puede creer que los niños que están ahí sentados sean los mismos que un par de semanas antes pasaban los recreos jugando futbol y burlándose de las niñas. Pero ahora están ahí, sentados como iguales, con el corazón en la boca esperando que se acabe la Verdad y empiecen los retos, porque ¿qué tantas verdades se pueden tener a los diez años? Se agotan lo suficientemente pronto para que la mejor parte del juego empiece.
Gritar “¡Estoy loco!”, decirle una grosería a alguien que está pasando, robarle una paleta a aquel niño. También los retos acaban pronto porque en realidad el que están esperando, da para mucho más.

Imagino a William sentado en el suelo con la piernas cruzadas, manteniendo la calma mientras se lleva una mano a la boca y juguetea con sus uñas. No dice mucho ni interrumpe porque no quiere que el momento se retrase más. Al mismo tiempo que la tensión crece en el pequeño grupo, aumenta la sensación de complicidad nacida del riesgo: el de la suspensión o el de un contagio de influenza.

La parte más interesante del juego empieza junto con los cuchicheos y los grititos de resistencia, aunque después de un par de pruebas, los besos se regalan como frutas, como dulces o como flores.
Después del timbre todos vuelven al salón con el estómago todavía agitado de tanta emoción.

A la hora de la salida los espero afuera de la escuela y veo a William aproximarse con los labios apretando una sonrisa. Se ve que guarda un secreto y lo envuelve como un regalo precioso que no planea compartir. Guarda un secreto pero de poco sirve la cautela cuando se tiene a Harry de hermano menor.
- ¡Mamá! ¡Unas niñas estaban besando a William en el recreo!
- ¡Cállate!

Yo no digo nada. Sólo espero y no tengo que hacerlo por mucho tiempo cuando William comienza a contarme, con las palabras volando de su boca, cómo fue que jugaron, quién lo besó, quién no quiso besarlo y quién lo hizo después por gusto y no por obligación.

Mientras escribía esto, me asomé a la calle y vi a dos muchachitas de secundaria platicando con él. Minutos después llegó una camioneta repleta de niñas en uniforme deportivo. La conductora-mamá se bajó de la camioneta y pidió mi autorización para llevar a William a jugar con las niñas, pues ellas deseaban que él las acompañara en su festejo (le ganaron a uno de los mejores equipos de su categoría en un torneo de futbol). William volteó a verme. “¿Sí?” Sí, le contesté. Se sentó entre sus amigas de inmediato y se despidió, no de mí, sino de las chicas de secundaria que dejó afuera de la casa.

Yo tenía un final para este texto pero una opresión en el pecho me impide terminar. No quiero interpretar qué es. Esperaré a que sea la hora de recogerlo y que me platique cómo le fue. Y tal vez ni entonces quiera saberlo y simplemente me siente a embobarme con su charla repleta de asombros y descubrimientos.

* * * * *
- Y a ti, Harry ¿alguna niña te ha besado?
-Déjame contar... ¡Uy! Han sido tantas, que no me acuerdo.

Comentarios

Alice dijo…
que tierno que te cuente esas historias!
Pues todavía... agradezco la confianza porque quién sabe después. Los besos se cuentan, lo demás ya no.

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