No es nada cómodo andar emocionalmente estreñido. Tiene uno que estar recurriendo a remedios de abuelita: ver el atardecer no me sirvió. El día estuvo lechoso. El atardecer incoloro e insaboro. ¿Películas? Vi El corredor de papalotes y nada. Hubiera creído que estoy muerta por dentro, de no ser porque el nudo atorado en la garganta me confirmó que mi estado de salud emocional estaba a punto de ser lastimero. Soy una mujer de acción. Si el remedio duele, que duela. Fefé se preparó. Cerró los vidrios del auto, el quemacocos, bajó el nivel del aire acondicionado y entonces comenzó. Los diez minutos siguientes fueron de ir desde el temblor de labio discreto hasta el grito desaforado. (Me detengo a releer las últimas líneas. Temo que pueda haber malinterpretaciones. He de explicarme.)
Cuando pregunté por el disco de Arturo Márquez, Fefé ya sabía lo que iba a hacer, y se preparó para que nada interrumpiera mi lavativa, ni el ruido del tráfico, de la gente, ni siquiera el del aire acondicionado. Subí el volumen, busqué el track 2, oprimí Play (primero tengo que subir el volumen porque si no, me pierdo la primera nota del clarinete y eso me da mucho coraje, y como soy bien pinche compulsiva hubiera tenido que escuchar tooooda la pieza antes de regresarla pero sin el mismo efecto porque no la habría escuchado completa, y no es tan fácil regresar el track, porque eso no se hace, no puede uno darle rewind si ya empezó la pieza, al menos yo no puedo, ¿ya dije que soy bien piche compulsiva?), me recargué en el asiento y escuché.
Terminado todo, suspiré, me soné la nariz y como muchas otras veces me pregunté cuándo sería mi oportunidad de brillar en una orquesta interpretando las claves o ya de perdis el güiro, señal de que ya todo estaba bien de nuevo.
Qué loco.
Cuando conocí al Maestro Márquez, primero me quedé sin palabras y luego logré reproducir algunos sonidos que en mi mente tenían perfecta claridad y coherencia. La mirada del Maestro y el comentario de mi amiga la Lore, me dijeron lo contrario. ¡Hubiera sido tan fácil! Debí decirle:
Maestro, su música es el mejor laxante del mundo.
Apuesto que eso nadie nadie se lo ha dicho.
Con Gustavo Dudamel dirigiendo, para que mi amigo el Queto esté orgulloso de mí por estar bien In.
Cuando pregunté por el disco de Arturo Márquez, Fefé ya sabía lo que iba a hacer, y se preparó para que nada interrumpiera mi lavativa, ni el ruido del tráfico, de la gente, ni siquiera el del aire acondicionado. Subí el volumen, busqué el track 2, oprimí Play (primero tengo que subir el volumen porque si no, me pierdo la primera nota del clarinete y eso me da mucho coraje, y como soy bien pinche compulsiva hubiera tenido que escuchar tooooda la pieza antes de regresarla pero sin el mismo efecto porque no la habría escuchado completa, y no es tan fácil regresar el track, porque eso no se hace, no puede uno darle rewind si ya empezó la pieza, al menos yo no puedo, ¿ya dije que soy bien piche compulsiva?), me recargué en el asiento y escuché.
Terminado todo, suspiré, me soné la nariz y como muchas otras veces me pregunté cuándo sería mi oportunidad de brillar en una orquesta interpretando las claves o ya de perdis el güiro, señal de que ya todo estaba bien de nuevo.
Qué loco.
Cuando conocí al Maestro Márquez, primero me quedé sin palabras y luego logré reproducir algunos sonidos que en mi mente tenían perfecta claridad y coherencia. La mirada del Maestro y el comentario de mi amiga la Lore, me dijeron lo contrario. ¡Hubiera sido tan fácil! Debí decirle:
Maestro, su música es el mejor laxante del mundo.
Apuesto que eso nadie nadie se lo ha dicho.
Con Gustavo Dudamel dirigiendo, para que mi amigo el Queto esté orgulloso de mí por estar bien In.
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