A la tierna edad de 16 años, yo era una ñoña, a diferencia de ahora que ya nomás soy ñoñísima y pendeja. Pero tenía una amiga que tenía ¡17 años! Todo un mundo de experiencia. Sobre todo en el área artística. Sus historias del grupo teatral al que pertenecía me asombraban, me entretenían y algunas veces, me inquietaban. Como aquella vez que me contó sobre cierto ejercicio escénico que la maestra había planteado para elegir a la chica que haría el papel de una prostituta. Mi amiga me contó con detalle los movimientos, gestos y lenguaje de la susodicha elegida.
Yo no pude pensar en otra cosa todo ese día. Y seguí pensando en ello durante días. No podía imaginar cómo una persona podía hacer esa clase de cosas frente a otras. Palidecía nomás pensarlo.
Este recuerdo vino a mi mente hoy, después de 16 años de habitar en mi cerebro, brincando de aquí para allá, me imagino, sin tener un lugar en el cual quedarse. Todo porque vi esta foto:

Qué cosa tan linda ¿no?. Y sí, es mi mano la que sostiene la botella y la que sostiene el cordoncito del ziper. ¿A qué iba todo esto?

Ya. Algunos años después de mis dulces 16, me tocó a mí formar parte de una compañía teatral. Y en una de las obras había prostis, o sea, había personajes prostitutas. Si había prostis en la compañía o no, es otro pedo, la verdad es que yo no me ando metiendo en la vida de la gente, que cada quién que se los tire y se los huela, porque a este mundo lo sostiene la tolerancia sobre todo, y yo soy una persona bien tolerante y ya. El caso es que yo que ni canto, ni bailo, ni actúo... en algún lado tenían que ponerme por caerle bien a la directora. Así que me pusieron hasta atrás en el escenario, abrazada a un marinero cogelón que recién había tocado puerto. Mi única instrucción en los ensayos era "Abstente de cantar". Fuera de eso, libertad artística absoluta. Mi marinero cogelón:

Bueno, más bien, el pirata de mis fantasías. Cuando ensayábamos, la directora aprobaba y hasta nos ponía de ejemplo. Los escenarios siempre me han llenado de pánico desde que en segundo de kínder me corté demasiado el flequillo y así tuve que salir en una obra de hormigas y cucarachas. Pero es que con este hombre sexoso, obsceno y hermoso, ¿quién no iba a encontrar su lado histriónico-erótico?
Luego fui perdiendo el miedo a muchas cosas. A no estar enamorada, por ejemplo. Ahora que lo pienso, creo que sí estaba enamorada, de cinco hombres a la vez. Corrijo, estábamos. Que la Shelle lo confirme. Y de qué manera. Éramos queridas, protegidas, apapachadas, deseadas, fajeteadas, sin celos, sin envidias, nada, el sexo más seguro del mundo. Por eso cuando llegó Fefé a mi vida, yo dije Qué güeva, si me la estoy pasando tan a toda madre. Pero hay cosas irremediables. Y mientras sonaba Lovely ladies y yo me abrazaba a mi marinero tratando de encontrar las motivaciones internas de la Prostituta #43, dándome cuenta que mi bataclana particular no necesitaba más motivación que esos ojos castaños, también me di cuenta de que tenía potencial de piruja, neta. Y que era chido pasar de unos brazos a otros, mientras Fefé observaba, sin derecho a nada, porque éramos amiguis nada más. Y también me di cuenta que lo más factible era que desarrollara ciertas tendencias al exhibicionismo.

Pero... pero...

Ahoritita vengo, dejé el final de la historia en algún lado.

Comentarios

Anónimo dijo…
Te toco el marinero ma scogelon de todos, en efecto. El que si alguna vez habiamos dudado de nuestra heterosexualidad, un ensayito con el y, !vamonos!, nos acordabamos porque los hombres nos hacian las rodillitas temblar y porque a nuestras mamas les daba miedo Taller de arte. jaja... no sabian ellas.

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