Con William, no me llevó tanto tiempo adivinarlo.
Tendría unos ocho meses de haber nacido y ya empujaba sus carritos sobre la cuna.
No jugaba. Observaba el movimiento de las llantas y la fuerza que las hacía avanzar. Tenía unos deditos regordetes con los que aplicaba una presión cuidadosamente calculada sobre la parte trasera de sus vehículos hot wheels.
Adiviné que lo había perdido. Sería el niño de papá. Y aunque nuestra relación es preciosa y nuestras charlas, entrañables; no me equivoqué.
Cuando Harry nació, todos me dijeron "éste es tuyo". Pero lo dijeron por su cabello, cejas y pestañas, invisibles a menos que les diera la luz. Entonces reflejaban brillos rojizos. Eso duró poco. Mutó a los pocos días.
Sin embargo, tenían razón.
Lo descubrí a las pocas semanas cuando escuchaba atentamente cualquier cosa que yo le cantara.
Con los meses desarrolló su vocación de "ruidero". A diferencia de William que prefería los juguetes que se armaran, desarmaran, o movieran; Harry amó las sonajas desde el primer día. Las sonajas y todo aquéllo que hiciera ruido.
"Éste es el mío" me repetía.
Viví feliz y convencida de ello, hasta hoy.
Fui a recoger a Harry y a William a sus clases de música. Llegué temprano y me senté a ver tocar a Harry su violín. Lo escuchaba mientras yo seguía las partituras con la mirada. Me sorprendí que en tan poco tiempo ya no tuviera necesidad de ver sus dedos en las cuerdas. Luego cometió un error. Me di cuenta que había confundido un mi por un re, en la lectura no en la ejecución. La maestra se volvió a mirarlo. Corrigió con una pequeña sonrisa. Yo también sonreí. Luego, la maestra alzó la ceja. Harry hizo un movimiento con sus dedos y siguió tocando. No supe qué había pasado. Continuó con la canción y la maestra carraspeó un poco. Harry volvió a empezar.
Harry y su maestra se estaban comunicando y por primera vez, yo estaba fuera de esa plática. No entendí sus códigos, no pude saber en qué había fallado, y las sonrisas de Harry, esta vez no eran para mí.
Era el mío y lo perdí.
Pero se da cuenta e intenta que discutamos cosas como "Ya sé para qué existe la música."
Sé que lo hace por mí, para que no me sienta totalmente fuera. Yo le agradezco sus esfuerzos con un beso.
Vamos, algún día tenía que pasar.
¿No?
Tendría unos ocho meses de haber nacido y ya empujaba sus carritos sobre la cuna.
No jugaba. Observaba el movimiento de las llantas y la fuerza que las hacía avanzar. Tenía unos deditos regordetes con los que aplicaba una presión cuidadosamente calculada sobre la parte trasera de sus vehículos hot wheels.
Adiviné que lo había perdido. Sería el niño de papá. Y aunque nuestra relación es preciosa y nuestras charlas, entrañables; no me equivoqué.
Cuando Harry nació, todos me dijeron "éste es tuyo". Pero lo dijeron por su cabello, cejas y pestañas, invisibles a menos que les diera la luz. Entonces reflejaban brillos rojizos. Eso duró poco. Mutó a los pocos días.
Sin embargo, tenían razón.
Lo descubrí a las pocas semanas cuando escuchaba atentamente cualquier cosa que yo le cantara.
Con los meses desarrolló su vocación de "ruidero". A diferencia de William que prefería los juguetes que se armaran, desarmaran, o movieran; Harry amó las sonajas desde el primer día. Las sonajas y todo aquéllo que hiciera ruido.
"Éste es el mío" me repetía.
Viví feliz y convencida de ello, hasta hoy.
Fui a recoger a Harry y a William a sus clases de música. Llegué temprano y me senté a ver tocar a Harry su violín. Lo escuchaba mientras yo seguía las partituras con la mirada. Me sorprendí que en tan poco tiempo ya no tuviera necesidad de ver sus dedos en las cuerdas. Luego cometió un error. Me di cuenta que había confundido un mi por un re, en la lectura no en la ejecución. La maestra se volvió a mirarlo. Corrigió con una pequeña sonrisa. Yo también sonreí. Luego, la maestra alzó la ceja. Harry hizo un movimiento con sus dedos y siguió tocando. No supe qué había pasado. Continuó con la canción y la maestra carraspeó un poco. Harry volvió a empezar.
Harry y su maestra se estaban comunicando y por primera vez, yo estaba fuera de esa plática. No entendí sus códigos, no pude saber en qué había fallado, y las sonrisas de Harry, esta vez no eran para mí.
Era el mío y lo perdí.
Pero se da cuenta e intenta que discutamos cosas como "Ya sé para qué existe la música."
Sé que lo hace por mí, para que no me sienta totalmente fuera. Yo le agradezco sus esfuerzos con un beso.
Vamos, algún día tenía que pasar.
¿No?
Comentarios