La semana pasada Lhasa de Sela se presentó por primera vez en México.
Habría sido maravilloso poder asistir y escuchar esas canciones, que si ya es intenso oírlas en el estéreo, puedo imaginarme la de sensaciones que pudo transmitir en vivo.
Como me es difícil hablar de música, mejor lean lo que escribió Mariana Norandi para la Jornada.
Al no haber cantado nunca en México y apenas aparecer sus discos en las tiendas comerciales, todo indicaba que la cantante estadunidense Lhasa iba a convocar a un público curioso más que a una audiencia cautiva de su peculiar manera de interpretar canciones. Pero no fue así. El pasado sábado, casi tres horas antes de que comenzara el concierto en el Lunario, una fila de unos 20 jóvenes aguardaba con la esperanza de que alguien se arrepintiera de entrar y vendiera su boleto, pues ya estaban todos agotados. La otra opción era que el poseedor de alguno de los supuestos 50 boletos de cortesía no llegara a tiempo y quedara una vacante.
La entrada del Lunario bullía ante esa incómoda tensión de la paciencia. Poco a poco, el público de Lhasa iba llegando a la cita. Algunos foráneos, pero la mayoría nacionales de entre 20 y 40 años. Sesenta minutos después de la hora acordada, a las 22:30, comenzó el concierto dentro de un ambiente diferente al que suele reinar en este espacio, en esta ocasión organizado por Santísima Producciones. Hubo reventa en la puerta, desorden en el acceso y a la prensa se la envió a la parte trasera del recinto sin derecho a silla. Pero valió la pena ignorar estos percances para dar paso y sumergirse en el mundo onírico y sincero de Lhasa.
Bosque seco o desierto encantado
El escenario se convirtió en un bosque seco, que bien podía parecer un paisaje submarino, un desierto encantado o el resto de un futuro mundo pos ataque nuclear imaginado durante la guerra fría. Acompañada del pianista Alex Mac Mahon y de Mélanie Auclair, en el chelo, la cantante hizo aparición en el escenario ante una gran ovación.
Luciendo un discreto vestido negro, comenzó el concierto con el tema Con toda la palabra, para luego hacer un recorrido por sus dos producciones discográficas: La llorona (1997) y The living road (2003). Espontánea y comunicativa, desde un principio Lhasa introdujo al público en su mundo interior, donde no existen etiquetas musicales para catalogarla ni intérpretes con quien compararla. Descubre sus emociones y su laberinto existencial sin tabúes; sus canciones, que coquetean con muchos géneros pero no se casan con ninguno, desnudan un interior complejo. Como salida de un cuento de hadas, sus canciones brotan de sus propias experiencias de amor, de muerte intelectual y de vida atormentada por encontrar respuestas a preguntas inextricables.
Letras que cruzan la frontera
Canta en inglés, español y francés. Cada pieza es una catarsis emocional totalmente contagiosa y explica algunas historias de cómo nacieron sus canciones con una timidez elocuente. De madre estadunidense y padre mexicano, sus canciones exaltan un México heredado desde la nostalgia del emigrante. Rancheras clásicas -La prisión perpetua o Por eso me quedo- y letras que cruzan constantemente la frontera sin saber en qué lado hundir raíces.
Canciones como La frontera o El desierto son parte de ese México que existe en la imaginación de Lhasa, en la que el tiempo se detiene para soñar. Su mundo no tiene prisas. Pesa más la misión de entender el sentido de la vida, de desenmascarar sus misterios, que el miedo a la velocidad en que se acaba la existencia. Batea desde el inconsciente, desde la razón y desde todo los frentes del conocimiento. Es la música su forma de conectar con el mundo exterior y, a su vez, la manera de desarrollar cada vez más su universo personal.
Tras interpretar 17 canciones durante casi dos horas, la cantante logró que el Lunario, que suele ser un espacio recatado en emociones, vibrara como pocas veces. Entusiasmada por cantar en México, país del que confesó ser para ella "como un amante que hace mucho tiempo no veía", Lhasa se despidió de un público cautivo, que conoce sus canciones, sigue su trayectoria y que admira su valentía, en estos tiempos que corren, de ser auténtica y honesta con su creación y consigo misma.
Yo no he visto discos de Lhasa en las tiendas de música, pero quien guste puede pedirme algunas canciones que tengo de los discos aquí en mi compu, cortesía de Rebecca que pudo conseguirlos más fácilmente en Berlín.
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