Tuve una crisis de rechazo y odio injustificado contra el mundo.
Y en realidad no era contra el mundo. Era contra la carne.
Entiéndase por carne, no lo carnal sino lo cárnico. Así como los productos cárnicos.
Tampoco me volví vegetariana ni nada eso.
Simplemente experimenté una urgente necesidad de aislarme de las personas, no como seres sino como productos cárnicos. (De esto no está enterado el psicólogo, y que ni se entere, luego me va a querer meter en el refrigerador de algún centro comercial para que lo supere).
Mucho de esto debe haber tenido relación con mi visita al hospital (mi hermana salió muy bien, gracias, y hoy ya le estaba pintando las uñas una amiga. Dice que es terapia anti-depresión. Yo también andaría sumamente feliz oliendo el esmalte y la acetona).
También debe tener relación con esta visión del mundo occidental, donde continuamente se vive separando el cuerpo del alma, lo carnal de lo espiritual, el pecado de la virtud. En el cuerpo reside el mal, el pecado, la suciedad, el hambre... y sobre todo, la enfermedad, como una consecuencia de todo lo anterior.
He leído que gran parte de nuestras enfermedades físicas y mentales podrían curarse, resolviendo nuestra dualidad.
Uno es uno y ya. Mira qué fácil, si a mí me enseñaron que mi cuerpo se convierte en polvo y mi alma se eleva flamante al paraíso (bueno, yo ya no, pero es un supuesto).
La simplicidad es tan compleja.
Y luego, las formas que busca uno para tratar de coser la dualidad: yo me harté de chocolates, café, chilaquiles, y todo aquéllo que me hace daño. Y efectivamente, mi unidad se sintió mal completita completita.
Cuerpoalmaespíritupensamientoimaginaciónsueñosmentetotalidad.
Toda ella (porque es femenino) sufrió una colitis terrible.

Pero no es nada, después de todo.
Nada que una botella de vino y un par de amigos no puedan remediar.

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