Cosas nuevas







Hace seis años me compré una tableta para los libros que debía descargar en mis clases de maestría. Era muy básica ya que sólo la necesitaba para eso, para mis libros. Además le compré a mi papá una igual. Estaba por jubilarse y mi mamá no quería que se atrofiara mentalmente. Le compré la tablet y le descargué rompecabezas, quizzes, juegos de cartas, de memoria, aprendió a usar Facebook. No fue su mente lo que se atrofió.
En mi tableta descargué Kindle, Google Play, Bookmate y Solitario.
Los viernes en la noche eran de acomodar mi sillita en el patio, sacar una cerveza, cigarros y mi tableta. Felicidad.
La llevé en mi mochila a la escuela cuando inicié la segunda maestría, en la bolsa cuando iba a algún café a esperar a alguien, en mi maleta de mano cuando hicimos el viaje a Europa (antesalas, retrasos de vuelos, noches en autobuses). Me ayudó a sobrellevar noches de hospital con mi papá, salas de espera al lado de mi mamá. En ella le llevamos el video que le hicieron los nietos cuando mi papá tuvo que pasar su cumpleaños internado.
Eventualmente se convirtió en mi propiedad de más valiosa.
Y un día de repente, dejó de funcionar. Claro, con seis años encima y sin actualizaciones disponibles, las aplicaciones ya no quisieron arrancar.
He tenido pocos objetos a los que he apreciado y necesitado así. Así que tuve que conseguir otra, una a la que le durara más de dos horas la batería, que tuviera más memoria, que las actualizaciones estuvieran dosponibles más tiempo. Y eso hice.
Mi vieja tableta está guardada en mi buró. Tal vez un día la herede a mi primer nieta y le enseñe a jugar Solitario en ella y le pase mis libros en PDF.
Mientras tanto, espero que esta nena me acompañe como lo hizo la otra y se gane una que otra rayadura en la pantalla, marcas de honor de una iPad bien vivida.
Que este nuevo viaje nos dure mínimo seis años más.






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