Algunas tardes, Lula y yo salimos a caminar.
En ocasiones, tras quince o veinte minutos, finge que tiene una espina o un torito en su pata. Ésa es la señal de que es hora de regresar a la casa. Supongo que le apena mostrar debilidad. Ya va a cumplir trece años.
Cuando Fefé se nos une en las caminatas, Lula hace un gran acopio de fuerzas para correr tan rápido como aun puede hacerlo. Fefé trata de alcanzarla sin éxito. Luego se burla de mí, diciéndome que yo soy la que no quiere caminar, que Lulú sigue bien fuerte. No digo nada. Sé que está en negación. Sé que también mira preocupado a Lula, que observa sus ojos antes brillantes, opacados por las cataratas, que puede apreciar cómo se va haciendo pequeña.
Yo también la veo y me preocupo pensando en mis hijos, imaginando el día en que ella ya no esté, cuando para ellos, ha sido una constante desde que tienen memoria.

Ayer llegamos de caminar y me puse a cepillarla, como cada tarde. Lula sabe cómo acomodarse para que sea más fácil para ambas. Pero anoche no lo hizo. Se quedó sentada frente a mí y mientras yo la trataba de cepillar lo mejor que podía, ella no dejaba de verme a los ojos.
No sé describir la mirada de mi perra.
Sólo puedo decir que me puse a llorar.
Aun ahora que la recuerdo, no puedo evitar llorar.
Solemos atribuir a los animales emociones humanas aunque nos dicen que sus "emociones" no son más que el reflejo de las nuestras.
Mierda.

En realidad, no estoy tan preocupada por mis hijos, como lo estoy por mí.
¿Qué voy a hacer cuando Lulú me falte?


Comentarios

ranasanchez dijo…
Mmmm, qué tristeza cuando los seres queridos, racionales o irracionales, empiezan a perder fuerzas y uno está en la negación.

Hay una lectura en una antología que le dieron a Chuy el año pasado en la escuela que me gusta mucho, se las leo a mis hijos a la hora del cuento de las noches y a los tres se nos llenan los ojos de lágrimas. Te lo compartiré, igual y ya lo leíste pero es muy bello.

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