Vejez viruela
No soy fan de recetas para la felicidad ni libros para conseguirla. De hecho, no soy nada fan de esta industria de la felicidad. A veces ni siquiera de la felicidad. Pero es por culpa de esa industria.
Dicho lo anterior, acabo de leer un libro que puedo recomendar.
No es muy nuevo. Se llama “El factor de la actitud” de Thomas Blakeslee. Trae respaldo científico que habrá que revisar con base en nuevas investigaciones, pero en general tanto la experiencia como el sentido común nos pueden dar cuenta de sus suposiciones.
En resumen, dice lo siguiente: “Evitar la incomodidad en el largo plazo nos va a traer mayor incomodidad”. O sea, que si seguimos limitando nuestras zonas de confort vamos a ser unos viejitos gruñones e insoportables. Y como yo ya estoy en la edad del Antesnunca, me cayó como anillo al dedo que me lo dieran a leer para una exposición en la maestría.
Al leerlo, recordé algo que me dijo una comadre: “Salgo cansada del trabajo, tengo que atender hijas, pero si me quedo encerrada por cansancio o lo que sea, me voy a entumir.” Y es básicamente lo que dice el autor del libro. Plantea recordar lo que nos gustaba hacer en los veintes, lo que nos gusta hacer ahora, comparar listas y reflexionar la razón por la que ya no hacemos cosas que antes nos gustaban.
Creo que, en un vistazo rápido, sigo disfrutando las mismas cosas que antes. Lo que significa que no he crecido mucho en intereses. Y ando con afán de buscar hacer algo nuevo al menos una vez al mes. He probado en el pasado aprendiendo a esquiar. Y más recientemente fui a un antro, bailé y hasta disfruté el volumen y el calor y el gentío. Lo que sigue es tirarme de una tirolesa. También me gustaría seguirle la corriente a Fefé y meternos a clases de baile. Y próximamente me gustaría aprender a tejer.
Sí, como una viejita. Pero como una viejita que espero, a los setenta, pueda seguir disfrutando de tomar un café en un campamento o tejer mensajes majaderos en las bufandas. Y todo lo que pueda sumar en el camino.
Sean felices.
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