Tengo en casa un hombrecito de doce años.
Veo las fotos de su graduación y en sólo cuatro meses ha desarrollado un rostro más maduro, una mirada más profunda y unas facciones más graves.
Con todo ello han aparecido también algunas espinillas y muchos gallos en su voz.
No es el mismo niño de hace un año.
Lo veo caminar cuando lo recojo en la escuela y se le ve sereno, muy distinto a los preadolescentes que he conocido.
Cada vez está más alto, ya está casi de mi estatura.
Todos los días se mide junto a mí para saber cuántos centímetros le faltan para alcanzarme.
Son muy pocos, apenas unos ocho.
Con el tumulto de cambios físicos, él también ha cambiado.
Sigue siendo listo, cariñoso, interesado en todo... y ahora también es más fuerte e intenso.
Me cuenta muchas cosas y otras ya no.
Yo respeto su silencio aunque extraño sus confidencias.
Extraño a mi niño.
Extraño la navidad con los muchos regalos y las cajas envueltas en metros de papel de colores. Ahora él ahorra y trabaja para sus regalos y lo que yo pueda darle cabrá en una pequeña bolsita y seguramente contendrá cables y puertos USB.
William ha cambiado y se adapta. A nosotros nos está costando mucho más.
No estoy triste.
Estoy orgullosa.
¿Pero no podría ser mi nene un rato más? ¿Unos diez años más?
Veo las fotos de su graduación y en sólo cuatro meses ha desarrollado un rostro más maduro, una mirada más profunda y unas facciones más graves.
Con todo ello han aparecido también algunas espinillas y muchos gallos en su voz.
No es el mismo niño de hace un año.
Lo veo caminar cuando lo recojo en la escuela y se le ve sereno, muy distinto a los preadolescentes que he conocido.
Cada vez está más alto, ya está casi de mi estatura.
Todos los días se mide junto a mí para saber cuántos centímetros le faltan para alcanzarme.
Son muy pocos, apenas unos ocho.
Con el tumulto de cambios físicos, él también ha cambiado.
Sigue siendo listo, cariñoso, interesado en todo... y ahora también es más fuerte e intenso.
Me cuenta muchas cosas y otras ya no.
Yo respeto su silencio aunque extraño sus confidencias.
Extraño a mi niño.
Extraño la navidad con los muchos regalos y las cajas envueltas en metros de papel de colores. Ahora él ahorra y trabaja para sus regalos y lo que yo pueda darle cabrá en una pequeña bolsita y seguramente contendrá cables y puertos USB.
William ha cambiado y se adapta. A nosotros nos está costando mucho más.
No estoy triste.
Estoy orgullosa.
¿Pero no podría ser mi nene un rato más? ¿Unos diez años más?
Comentarios
La verdad te envidio por muchas cosas, una de ellas, la manera tan clara en que te expresas y compartes tu vida diaria; te reitero mi admiración, MUJER CHINGONA.
Cuídate, que estén muy bien (tu familia y Tú) y les vaya mejor cada día, luego nos leemos.
El merece tener las mismas oportunidades de volar lejos lejos que nosotros tuvimos. Merece más oportunidades, quizá.
Felicidades por todo lo bonito que tienes, un abrazo (jurame que ya te llegó mi carta! U_U)