Mamá, ¿cómo nacen los blogs?
Harry me preguntó hace un momento:
- Mamá, ¿puedo ir a casa de César?
- Pero si se acaba de ir. Estuvo toda la tarde aquí.
- Es que tengo que ir a decirle algo.
- Díselo cuando se conecte al messenger.
- Es que no se ha conectado, quiero ir a decirle que se conecte para poder decirle unas cosas.
Desde que mis hijos tienen computadora propia, la vida les ha cambiado. Sus relaciones con el mundo no son las mismas. Y de qué me espanto si por eso pasamos todos cuando nos encontramos con la entonces llamada Súper carretera de la información.
Los ahora entrados en los mmmtas, fuimos los primeros en utilizar internet desde las universidades usando Unix para podernos conectar. Era un sistema muy básico, en los que debíamos aprender ciertas órdenes para enlazarnos a las páginas. Y los nombres de las páginas eran sumamente largas y difíciles. ¿Imágenes? Ni pensarlo. Te enlazabas a las páginas y aparecía entre llaves la palabra image. Si contabas con un programa apropiado, podías bajar esas imágenes, que por cierto podía tomar más de media hora su descarga. Yo podía presumir entonces de mi bien provista colección de imágenes de Johnny Depp (15 fotos), la cual había reunido durante algunas semanas en las que tuve que hacer uso de mis influencias y algunos recursos más sucios en el centro de cómputo, para que no me corrieran al terminar mi tiempo de uso de internet.
También recuerdo a los nuevos usuarios de los chats, manteniendo amores platónicos con estudiantes de Chile y de Colombia. O algunos más atrevidos, relacionándose con estudiantes de facultades vecinas y dando descripciones (a falta de imágenes) que muchas veces no tenían absolutamente nada que ver con los propietarios de las mismas. Recuerdo especialmente a una chica que nos pidió que si preguntaban por ella, que no la conocíamos. Y recuerdo también que hicimos lo contrario y le rompimos el corazón a un futuro ingeniero (la chica lo superó y tuvo un puestazo en el gobierno de Focs).
De esa época de amigos a distancia, todavía conservo a Max y a Christian.
Sin embargo, el hecho de que uno tenga dependiendo de un teclado, una pantalla y un módem más de 13 años, no lo hace a uno más eficaz ni mejor en el uso del internet.
Veo a William y a Harry con la computadora y me sorprenden.
Hace unos días, William me dijo:
- Mamá, ¿me enseñas a hacer un blog?
- ¿Qué es eso? - le respondí.
- No te hagas, tú tienes uno.
- ¿Yoooo? Claro que no, esas cosas son del diablo. Además a los que tienen blogs, y Hi5, MySpace, los secuestran.
- Ay, mamá. Ándale, enséñame y te prometo que no doy datos personales ni fotos ni nada.
No sé cómo conseguí zafarme pero de poco sirvió porque William siguió las indicaciones de Blogger y en unos cuantos minutos ya tenía listo su blog.
No debería sorprenderme tanto. Cuando William tenía 3 años, el papá le puso una sesión en la computadora con la imagen de un patito amarillo. Un día que encendí la máquina me encontré con un patito mutado a Osama Bin Laden. Regañé al papá de inmediato. Una cosa es que yo les dijera talibanes y otra que les pusiera la imagen en la sesión. El papá, muy serio, me dijo que él no había sido. William me dijo entonces que él lo había hecho y acto seguido, me mostró cómo se hacía porque yo ya estaba aburrida de mis palmeritas borrachas de sol, y ya quería cambiarlas y no sabía cómo.
Las relaciones de Harry con las computadoras comenzaron siendo más bien hostiles.
Tendría dos años cuando se trepó al escritorio y se hizo pipí sobre el teclado en franca represalia hacia mí por el tiempo que pasaba trabajando en la computadora. (Compréndanme, además del trabajo que debía hacer, el messenger era el único medio que tenía para comunicarme con mi comadre que estaba en Colorado e interactuar con otras personas adultas. Mi mundo estaba limitado a ir a trabajar, regresar a casa y encerrarme con los hijos porque Fefé regresaba de trabajar para irse a la universidad y volvía muy tarde. No era vida.)
Después de aceptar la indirecta de la criatura y de comprar un teclado nuevo porque el otro dejó de funcionar, Harry comenzó a interactuar en forma más apropiada con la computadora, teniendo sólo ligeros roces con el mouse, que no se adaptaba a su estado zurdo, pero lo superó.
Y ahora...
Los veo grabando videos, editando películas, bajando imágenes, creando collages, haciendo periódicos, creando noticieros por webcam, haciendo creativísimas tareas para la escuela, quemando discos, leyendo páginas, coqueteando en messenger (bueno, Harry nomás) y veo, con resignada emoción, que los hijos nos superan.
Y es lindo, y da miedo.
Da miedo pensar en que uno puede llegar a esa edad en la que lo actual y la tecnología nos comienzan a ser completamente incomprensibles y el mundo totalmente desconocido, cuando sólo unos años antes nos sentíamos herederos del saber universal vía Wikipedia.
Yo ya comencé sintiéndome una completa ignorante ante Twitter y Facebook.
Mis canas no son de adorno.
- Mamá, ¿puedo ir a casa de César?
- Pero si se acaba de ir. Estuvo toda la tarde aquí.
- Es que tengo que ir a decirle algo.
- Díselo cuando se conecte al messenger.
- Es que no se ha conectado, quiero ir a decirle que se conecte para poder decirle unas cosas.
Desde que mis hijos tienen computadora propia, la vida les ha cambiado. Sus relaciones con el mundo no son las mismas. Y de qué me espanto si por eso pasamos todos cuando nos encontramos con la entonces llamada Súper carretera de la información.
Los ahora entrados en los mmmtas, fuimos los primeros en utilizar internet desde las universidades usando Unix para podernos conectar. Era un sistema muy básico, en los que debíamos aprender ciertas órdenes para enlazarnos a las páginas. Y los nombres de las páginas eran sumamente largas y difíciles. ¿Imágenes? Ni pensarlo. Te enlazabas a las páginas y aparecía entre llaves la palabra image. Si contabas con un programa apropiado, podías bajar esas imágenes, que por cierto podía tomar más de media hora su descarga. Yo podía presumir entonces de mi bien provista colección de imágenes de Johnny Depp (15 fotos), la cual había reunido durante algunas semanas en las que tuve que hacer uso de mis influencias y algunos recursos más sucios en el centro de cómputo, para que no me corrieran al terminar mi tiempo de uso de internet.
También recuerdo a los nuevos usuarios de los chats, manteniendo amores platónicos con estudiantes de Chile y de Colombia. O algunos más atrevidos, relacionándose con estudiantes de facultades vecinas y dando descripciones (a falta de imágenes) que muchas veces no tenían absolutamente nada que ver con los propietarios de las mismas. Recuerdo especialmente a una chica que nos pidió que si preguntaban por ella, que no la conocíamos. Y recuerdo también que hicimos lo contrario y le rompimos el corazón a un futuro ingeniero (la chica lo superó y tuvo un puestazo en el gobierno de Focs).
De esa época de amigos a distancia, todavía conservo a Max y a Christian.
Sin embargo, el hecho de que uno tenga dependiendo de un teclado, una pantalla y un módem más de 13 años, no lo hace a uno más eficaz ni mejor en el uso del internet.
Veo a William y a Harry con la computadora y me sorprenden.
Hace unos días, William me dijo:
- Mamá, ¿me enseñas a hacer un blog?
- ¿Qué es eso? - le respondí.
- No te hagas, tú tienes uno.
- ¿Yoooo? Claro que no, esas cosas son del diablo. Además a los que tienen blogs, y Hi5, MySpace, los secuestran.
- Ay, mamá. Ándale, enséñame y te prometo que no doy datos personales ni fotos ni nada.
No sé cómo conseguí zafarme pero de poco sirvió porque William siguió las indicaciones de Blogger y en unos cuantos minutos ya tenía listo su blog.
No debería sorprenderme tanto. Cuando William tenía 3 años, el papá le puso una sesión en la computadora con la imagen de un patito amarillo. Un día que encendí la máquina me encontré con un patito mutado a Osama Bin Laden. Regañé al papá de inmediato. Una cosa es que yo les dijera talibanes y otra que les pusiera la imagen en la sesión. El papá, muy serio, me dijo que él no había sido. William me dijo entonces que él lo había hecho y acto seguido, me mostró cómo se hacía porque yo ya estaba aburrida de mis palmeritas borrachas de sol, y ya quería cambiarlas y no sabía cómo.
Las relaciones de Harry con las computadoras comenzaron siendo más bien hostiles.
Tendría dos años cuando se trepó al escritorio y se hizo pipí sobre el teclado en franca represalia hacia mí por el tiempo que pasaba trabajando en la computadora. (Compréndanme, además del trabajo que debía hacer, el messenger era el único medio que tenía para comunicarme con mi comadre que estaba en Colorado e interactuar con otras personas adultas. Mi mundo estaba limitado a ir a trabajar, regresar a casa y encerrarme con los hijos porque Fefé regresaba de trabajar para irse a la universidad y volvía muy tarde. No era vida.)
Después de aceptar la indirecta de la criatura y de comprar un teclado nuevo porque el otro dejó de funcionar, Harry comenzó a interactuar en forma más apropiada con la computadora, teniendo sólo ligeros roces con el mouse, que no se adaptaba a su estado zurdo, pero lo superó.
Y ahora...
Los veo grabando videos, editando películas, bajando imágenes, creando collages, haciendo periódicos, creando noticieros por webcam, haciendo creativísimas tareas para la escuela, quemando discos, leyendo páginas, coqueteando en messenger (bueno, Harry nomás) y veo, con resignada emoción, que los hijos nos superan.
Y es lindo, y da miedo.
Da miedo pensar en que uno puede llegar a esa edad en la que lo actual y la tecnología nos comienzan a ser completamente incomprensibles y el mundo totalmente desconocido, cuando sólo unos años antes nos sentíamos herederos del saber universal vía Wikipedia.
Yo ya comencé sintiéndome una completa ignorante ante Twitter y Facebook.
Mis canas no son de adorno.
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