Acuerdos tácitos
23:00 hrs.
Papelería de la colonia.
Madre despeinada y en pijamas buscando los elementos faltantes de la maqueta escolar en la única papelería abierta de la zona.
El dependiente atiende a otro cliente y le grita a su mujer para que atienda a "la señora", o sea yo.
Sale la esposa del dependiente y me doy cuenta que es la Sra. Terrazas, madre de una exalumna. Cuando yo la veía en juntas o actividades de la escuela, se veía diferente, elegante. Era la "SEÑORA TERRAZAS", el apellido dice mucho por aquí. Yo también debí parecerle muy diferente anoche. Por eso, optamos por no reconocernos. Ambas sabíamos perfectamente quiénes éramos, pero hay cosas que es mejor callar. Por nuestra dignidad, acordamos tácitamente ni siquiera mirarnos.
Hay un compañero del trabajo al que hace un tiempo yo solía llevar a su casa. Luego lo cambiaron de turno y dejé de verlo un rato. Cuando lo volví a ver, el tipo se había convertido en un patán. No me preocupaba porque no tenía que verlo mucho, pero al inicio del ciclo escolar me di cuenta que vive por mi casa y espera el camión justo por donde yo paso cada día.
He inventado mil cosas para fingir no verlo: irme maquillando, traer lentes oscuros, voltear hacia atrás a regañar a los niños, simular que estoy dormida...
Una mañana ya no lo vi. Ni las siguientes.
Con una gran delicadeza y tacto, decidió tomar el camión más tarde. Así nos ahorrábamos molestias y vergüenzas los dos.
Me conmovió el gesto.
Casi deseo verlo frente a la parada del camión para darle un aventón.
Casi.
Papelería de la colonia.
Madre despeinada y en pijamas buscando los elementos faltantes de la maqueta escolar en la única papelería abierta de la zona.
El dependiente atiende a otro cliente y le grita a su mujer para que atienda a "la señora", o sea yo.
Sale la esposa del dependiente y me doy cuenta que es la Sra. Terrazas, madre de una exalumna. Cuando yo la veía en juntas o actividades de la escuela, se veía diferente, elegante. Era la "SEÑORA TERRAZAS", el apellido dice mucho por aquí. Yo también debí parecerle muy diferente anoche. Por eso, optamos por no reconocernos. Ambas sabíamos perfectamente quiénes éramos, pero hay cosas que es mejor callar. Por nuestra dignidad, acordamos tácitamente ni siquiera mirarnos.
Hay un compañero del trabajo al que hace un tiempo yo solía llevar a su casa. Luego lo cambiaron de turno y dejé de verlo un rato. Cuando lo volví a ver, el tipo se había convertido en un patán. No me preocupaba porque no tenía que verlo mucho, pero al inicio del ciclo escolar me di cuenta que vive por mi casa y espera el camión justo por donde yo paso cada día.
He inventado mil cosas para fingir no verlo: irme maquillando, traer lentes oscuros, voltear hacia atrás a regañar a los niños, simular que estoy dormida...
Una mañana ya no lo vi. Ni las siguientes.
Con una gran delicadeza y tacto, decidió tomar el camión más tarde. Así nos ahorrábamos molestias y vergüenzas los dos.
Me conmovió el gesto.
Casi deseo verlo frente a la parada del camión para darle un aventón.
Casi.
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