Me cuidan mis amigas
La primera vez que lo supe, tenía 13
años.
Estudiaba la secundaria y el maestro de
inglés era un hombre por cuyo apodo se entendía que era sabido su gusto por las
adolescentes, a quienes hacía quedarse con él en el salón a solas o citarlas
horas después. Usualmente estas niñas tenían en común bajas calificaciones en
la materia, lo que él usaba para “favorecerlas”. Desobedecer a que se quedaran
con él en el receso significaba reportes disciplinarios.
En un par de ocasiones fue parte de un
grupo de niñas más valientes y aguerridas que yo, que fuimos a la dirección a
hablar sobre ese problema. Ni a nosotras ni a nadie antes se les escuchó.
Tuvimos que ser nosotras quienes nos organizamos para no dejar solas a las
chicas.
Sonaba el timbre y mientras todos los
alumnos salían, nosotras nos quedábamos sentadas en silencio. No hacíamos nada,
sólo no perder de vista al tipo. Solía levantarse incómodo y dejar el salón.
Esto hicimos en varias ocasiones. Finalmente dejó de acosarlas frente a
nosotras y hasta donde supimos, el resto del año escolar.
Nadie más hizo nada.
Nosotras nos cuidamos.
Y de ahí en delante fue de las pocas seguridades que tengo en mi vida.
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